20 enero, 2010

La mirada



No recordaba desde hacía cuánto tiempo nadie la miraba así, con esa atención, ese descaro, ese, casi le daba vergüenza pensarlo, deseo contenido que se escapaba en cada parpadeo. Repetía la imagen una y otra vez en su mente porque le producía una sensación placentera: la piel se estiraba, se tornaba tersa y el latido del corazón oxigenaba más deprisa las células. La excitaba, sí, la excitaba tanto como la aturdía. Sólo había sido un viaje en el ascensor, un roce inesperado por culpa de las bolsas de la compra, un lo siento, no ha sido nada y el silencio ensordecedor de aquella mirada impúdica, como si fuera la primera vez que viese a una mujer. Deseaba de una manera atroz coincidir de nuevo con él. Si la volvía a mirar de esa forma, olvidaría sin esfuerzo que podría ser su madre.

5 comentarios:

  1. ¡Me ha gustado mucho!

    Existen miradas que hacen olvidar todo lo que está fuera de ellas...

    Saludos, Anabel.

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  2. Sugerente texto, en el que las miradas juegan a esconder pensamientos que nos traicionan, hartos de ser reprimidos.

    Un abrazo

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  3. Sugerente texto, en el que las miradas juegan a esconder pensamientos que nos traicionan, hartos de ser reprimidos.

    Un abrazo

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  4. Y es que cuando nos volvemos invisibles, si alguien te mira, se percata que existes... ¡RENACES!

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  5. ¿Qué tienen los ascensores que los hace campo de sueños húmedos?
    Me ha encantado, me ha hecho desear volver a vivir en un bloque de pisos.

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