Miraba el tiempo a través de la ventana del dormitorio. Y el tiempo no se movía, permanecía en un estatismo impasible. Pensó que había enloquecido, pues desde que fue un buen estudiante de bachillerato sabía perfectamente que el tiempo nunca se detiene, ni siquiera cuando parece que se inmoviliza.
Pero aquella tarde era diferente. Por mucho que cualquiera le pudiera demostrar que, como cada día desde que el universo existe, el tiempo proseguía su camino infinito, él sabía que no avanzaba.
Ese silencio absoluto, esa ausencia total de ruido...
¿Y aquellos gestos lejanos...? Él sabía que el tiempo se había detenido y que no volvería a arrancar.
Nunca.
Es angustioso, da miedo ese tiempo varado, tanto o más que el tiempo que no para.
ResponderEliminarEl texto transmite.
Saludos,
Anabel, la Cuentista
La quietud absoluta es más aborrecible que la guerra. La quietud total es comparable a la muerte, al no existir...
ResponderEliminarPerfecto inicio para un relato de ciencia ficción -tal vez, final-, aunque sospecho que no estaba en tu intención hacerlo...
ResponderEliminarEn cualquier caso, inquietante, impresionante.
INCREÍBLE... ¿Hay algo más triste? Saberte totalmente detenido dentro del ritmo, del juego, un absoluto no participante.
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