Desafortunado decidió olvidar el paso de la suerte. No creerla. No aferrarse a sus cómodos brazos. Ni siquiera buscarla. Evadir consejos del Consejo Humano de La Calle.
Cedió, en un tiempo, al chantaje de los avatares de ésta, de sus hechos no muy mascados, sin mucha sustancia para el regocijo de la aumentativa felicidad. No efusión, era el motivo, ahora, de ser persona no efusiva. Encerrándose, Desafortunado, en la seriedad de un gesto neutro; que no serio inquebrantable, simplemente, y más bien, frío témpano de la nada.
Mezclas de aburrimiento gordo y grasiento que se le colaba entre los dientes. Epopeyas de canes afilados en sus pasos, ladraban fuerte los pies de su ambición. Ambición sana y amplia y entera y toda, que, el mismo Consejo Humano de La Calle, no aconsejaba tratar de descifrarle. También, inhumanos humanos en pies de cerdos con colas de monos y ojos de cuervo, tendían la mano abierta para cerrar luego sus brazos garrote.
Desafortunado decidió que la suerte tampoco existía, que era todo patraña de la realidad y de los domadores de títeres que la columpiaban. Mera ilusión para los ilusionados.
- ¡La suerte se busca!” –le gritó de nuevo el Consejo Humano de La Calle, domados-.
A lo que Desafortunado respondió extendiendo la misma boca de hambre y corazón de ambiciones que la suerte no le había encontrado.
- La suerte es rémora esperanzadora para estos perdedores –hablaron, entre ellos, los componentes del Consejo Humano de La Calle, como títeres-.
Mientras, Desafortunado seguía echando reflexiones a su supervivencia, sin suerte de buenos bocados en el Restaurante Humanos de La Calle.
Cedió, en un tiempo, al chantaje de los avatares de ésta, de sus hechos no muy mascados, sin mucha sustancia para el regocijo de la aumentativa felicidad. No efusión, era el motivo, ahora, de ser persona no efusiva. Encerrándose, Desafortunado, en la seriedad de un gesto neutro; que no serio inquebrantable, simplemente, y más bien, frío témpano de la nada.
Mezclas de aburrimiento gordo y grasiento que se le colaba entre los dientes. Epopeyas de canes afilados en sus pasos, ladraban fuerte los pies de su ambición. Ambición sana y amplia y entera y toda, que, el mismo Consejo Humano de La Calle, no aconsejaba tratar de descifrarle. También, inhumanos humanos en pies de cerdos con colas de monos y ojos de cuervo, tendían la mano abierta para cerrar luego sus brazos garrote.
Desafortunado decidió que la suerte tampoco existía, que era todo patraña de la realidad y de los domadores de títeres que la columpiaban. Mera ilusión para los ilusionados.
- ¡La suerte se busca!” –le gritó de nuevo el Consejo Humano de La Calle, domados-.
A lo que Desafortunado respondió extendiendo la misma boca de hambre y corazón de ambiciones que la suerte no le había encontrado.
- La suerte es rémora esperanzadora para estos perdedores –hablaron, entre ellos, los componentes del Consejo Humano de La Calle, como títeres-.
Mientras, Desafortunado seguía echando reflexiones a su supervivencia, sin suerte de buenos bocados en el Restaurante Humanos de La Calle.
Texto: Jugador
Buen texto que nos trata de esa fuente de creencias: la fortuna, la esperanza o la desesperanza.
ResponderEliminarGracias, Marcos.
ResponderEliminarA mí me parece un texto bastante malo y embrollado; fortuna, suerte, desafortunado... no entiendo nada...
ResponderEliminarQue ganas de liar la manta en un texto que está saturado.
ResponderEliminarLa literatura empieza a tomar el camino de la pintura abstracta, que con brochazos te trasmite sensaciones (existen muchos carotas), pero a diferencia de la pintura, la lectura no es una acción natural (va contra natura) y cuesta. Leer requiere un trabajo un esfuerzo, y nunca tendrá el efecto de la pintura.
Una reflexión sobre la ilusión del loco, esa persona rara que piensa a contracorriente de la sociedad cudriculada. Eso me parece entender...
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