Era la favorita, llevaba días esforzándome por estar en cabeza, con el temblor interior del que está consiguiendo su sueño, pero sin olvidar que quedaba un último esfuerzo, el que todos esperaban, al que me agarraba con uñas y dientes, el esfuerzo de llegar victoriosa a la meta.
Me caí, a diez centímetros, me caí cuando estaba rozando la cinta, y me pasaron por ambos lados, esquivando la mirada e intentando no pisarme.
Pero yo ya estaba derrotada por mi misma, por mi error, porque no me até bien las zapatillas del éxito, porque no intuí que hay factores que no puedes dominar.
Tenía la miel en los labios, imaginaba que sabía a gloria, a grandeza y a fortaleza, pero la angustia, la soledad, el temor y el miedo me hicieron olvidar que podía seguir viviendo con la victoria del cariño, la personalidad, la deportividad y la vida.
El sabor de la derrota me ha mostrado el sabor de la vida, mañana volveré a competir, y volveré a luchar, consiguiendo el éxito de ser una gran persona.
Esto es la vida: levantarse ante las adversidades y continuar.
ResponderEliminarLa vida es una carrera de fondo, solo ella tiene la última palabra.
ResponderEliminarNo existe una victoria más grande que la levantarse. Es la más grata, aunque no te premian con medalla.
ResponderEliminarEl miedo a ganar, el miedo a perder. La carga terrible de ser la favorita.
ResponderEliminarPero lo importante es seguir p'alante.
Y disfrutar de lo bueno que nos ofrece la vida, más allá de la superación y la victoria.
Me ha gustado.
Estupendo, Inma.
ResponderEliminarQué gran lección encierra el sabor de la derrota.
Anabel, la Cuentista