Se miró al espejo, entre feliz y asombrado, lo había conseguido, al menos en la facha, su apariencia era la de un escritor, un escritor por fin, un escritor inmerso en brillantes e importantísimos proyectos literarios, que verían la luz tan pronto él lo decidiera, estaba tocado por la gracia.
Llevaba la barba crecida, acusando el mes que pasó lejos de todo, enclaustrado en una habitación de dos por dos, en soledad autoinfligida, en retiro creativo, como solía llamar a sus últimas desapariciones, las que duraban más de tres días, las otras, eran por puro trago.
Cual dios de las letras, al trigésimo día decidió descansar, volver a la civilización, mostrar su creación, su obra maestra, la novela que lo llevaría derechito y sin escalas al "Príncipe de Asturias".
Él era Vargas Llosa, qué Vargas Llosa, ni que mula muerta; con el respeto que te mereces, Marito, eres latino, yo, universal; de Flaubert no bajaba el puta, se pasó treinta días a punta de pan, doritos, gatorade y con el mismo calzoncillo, mínimo debía tener entre las manos un "Madame Bovary", que si no...
Antes de abandonar su autoexilio, se encargó de concertar vía teléfono celular, y recién prendidito además, una visita al departamento de su primer lector, su amigo de toda la vida, la primera víctima de su afiebrada y novata literatura: el buen Ramirito Lascurain, se jodió el buen Ramiro.
Antes de abandonar su autoexilio, se encargó de concertar vía teléfono celular, y recién prendidito además, una visita al departamento de su primer lector, su amigo de toda la vida, la primera víctima de su afiebrada y novata literatura: el buen Ramirito Lascurain, se jodió el buen Ramiro.
Sin quitarse esa facha, que lo hacía sentir más escritor de lo que jamás podría llegar a ser, se dirigió a casa de Ramiro, y en el camino, no una, sino varias dudas empezaron a asaltarlo: quizá debió haber presentado directamente su manuscrito a Alfaguara, a Seix Barral, a Planeta...; si lo lee Ramiro, quizá por amistad diga que es bueno y en verdad resulta siendo una buena mierda o peor aún, una mierda mala, al hecho pecho, y como quien no quiere la cosa, tocó el timbre, despacito, como si cuanto más quedito apretara menos ruido hiciera, el muy huevón.
Ramiro lo recibió como al amigo famoso que estaba destinado a ser, pase mi querido Nobel dos mil once, adelante a esta humilde morada.
- Sin cacha Ramiro, sin cacha -respondió sonriendo el Nobel dos mil once-
- A ver Ernestito, muéstrame tu bebé.
Ernesto sacó de la mochila, con sumo cuidado, como si en efecto se tratara de un bebé, el cd que contenía su novela, la que le ayudaría a pagar las cuentas de ahora en adelante, a vivir como siempre había deseado: leyendo, escribiendo, durmiendo, siendo reconocido, nunca se sintió parte de nada, y ésta, ésta era su oportunidad de conseguir al fin su lugar en el mundo.
Doscientas ochentaisiete páginas, en las que hablaba de sucidio, amor, abandono, suicidio, reivindicación, frustraciones, suicidio, desencanto, ilusiones, otra vez suicidio y un final impresionante, de película de Hollywood, con un personaje principal tan esquizoide como tierno, tenía todos los elementos para ser un bestseller, sin la calidad literaria de un Bryce en "La vida exagerada de Martin Romaña", pero era su primera vez, no seamos duros con él, la primera, no siempre duele, pero se aprende.
- Hermano, te luciste -¿comentó Ramiro, al teléfono, una semana después?-Hermano te luciste, era la única frase que dentro de sus desvaríos, repetía incansablemente Ernesto, al trigésimo segundo día de haber comenzado su retiro creativo, cuando fueron a buscarlo a su habitación, la de la soledad autoinfligida, al no reportarse a trabajar luego de un mes de vacaciones, encontrándosele en estado calamitoso, delgado, deshidratado, temblando en posición fetal y sonriéndole a la nada, con una computadora enfrente en la que resplandecía un solitario párrafo:
- Hermano, te luciste -¿comentó Ramiro, al teléfono, una semana después?-Hermano te luciste, era la única frase que dentro de sus desvaríos, repetía incansablemente Ernesto, al trigésimo segundo día de haber comenzado su retiro creativo, cuando fueron a buscarlo a su habitación, la de la soledad autoinfligida, al no reportarse a trabajar luego de un mes de vacaciones, encontrándosele en estado calamitoso, delgado, deshidratado, temblando en posición fetal y sonriéndole a la nada, con una computadora enfrente en la que resplandecía un solitario párrafo:
COMO LA VERÓNICA DE COELHO, HABÍA DECIDIDO MORIR: POR COBARDE, POR PENA, POR FRUSTRACIÓN Y POR INCOMPETENCIA PARA LLEVAR A CABO SU VOCACIÓN. ERNESTO DÁVILA #PREMIO NOBEL 2011#.
Texto de Erick Mavila
Muy bueno, si señor!
ResponderEliminarBienvenido, Erik!
ResponderEliminarMuy interesante. Tremendo final: escalofría.
Gracias, por la bienvenida y por los buenos comentarios, ojala la inspiración no fuera tan esquiva para poder escribir mas y mejor.
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