vine hasta aquí con la firme convicción de decirte adiós de una vez por todas, pero como en cada una de las anteriores ocasiones, no tuve el coraje suficiente. Estuve a punto de lograrlo, pero a veinte pasos de tu galería mis pies se clavaron en el suelo pedregoso, la náusea me recorrió entero, la vista se me nubló y comencé a ver los pequeños destellos que preceden al desmayo. Pero hoy no me desmayé, ni vomité. Por suerte esta mañana los vigilantes del cementerio no tuvieron que reanimarme y darme un vaso de agua (espero que en alguna de sus recorridas nocturnas, apiadándose de mis pedidos, te hayan contado que vengo periódicamente y que esos días son para mi especiales y únicos, que me esfuerzo cada sábado por acercarme un paso más, sólo me faltan veinte con el de hoy, y que siempre m! e pongo el traje azul que usaba cuando salíamos a cenar). Cuando me repuse continué con mi rutina, esa torpe manera que encontré para saludarte a la distancia hasta que pueda superar mi debilidad, y recorrí las calles angostas, mirando aquí y allá, buscando en las lápidas nombres y rostros que me conmuevan, acercándome a los malqueridos, a los olvidados, a los temidos, a los abandonados, a los vencidos, a los salvados. Y en las tumbas de aquellos que duermen en la quietud mezquina del cementerio, deposité en silencio las lilas y las magnolias que te había comprado, como porciones de este amor huérfano que no me animo a dejar ir.
Texto: Maximiliano Provenzani
Sumamente conmovedor Maximiliano, felicitaciones.
ResponderEliminarTriste, duro, emocionante.
ResponderEliminarMe ha gustado.
Sencillamente maravilloso. Felicidades, Maximiliano.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus comentarios, es un placer colaborar con este gran proyecto. Saludos!
ResponderEliminarMaximiliano.