Planeábamos la expedición que nos llevaría hasta la montaña más alta del Continente Antártico: El monte Vinson.
Dentro del iglú y alrededor de una caja llena de víveres nos dispusimos a repartir la cena.
El hielo comenzó a vibrar. Un oso polar se acercaba.
Entendí que el olor a comida le había atraído y que si le dejaba algo en la puerta se iría. Así lo hice.
Al día siguiente volvió, y al otro, y al siguiente.
Hoy, tengo más miedo que nunca: estoy solo en el iglú y ya se oyen los pasos polares.
Dentro del iglú y alrededor de una caja llena de víveres nos dispusimos a repartir la cena.
El hielo comenzó a vibrar. Un oso polar se acercaba.
Entendí que el olor a comida le había atraído y que si le dejaba algo en la puerta se iría. Así lo hice.
Al día siguiente volvió, y al otro, y al siguiente.
Hoy, tengo más miedo que nunca: estoy solo en el iglú y ya se oyen los pasos polares.
¡Qué miedo!Y qué gráfico en tan poco espacio. Gracias por terminarlo ahí, no quiero ni pensar en la siguiente escena. Me ha encantado.
ResponderEliminarSaludos
Bufffff, la cena va a ser él!!! buen giro final, nos centramos en la cena que los expedicionarios iban a tomar, cuando el protagonista de la cena es él mismo, el último tras haber engullido a los demás. Fantástico. Un abrazo.
ResponderEliminarLuego ya le había echado de cenar al resto de los compañeros... Terrorífico.
ResponderEliminarPero qué buen microrelato!!
Felicidades y bienvenida, Ángeles
Ya que ha ido echando fuera a sus compañeros, que se eche fuera él también y de paso se coma al oso... de este humano no me fiaría yo mucho, si fuera oso :)
ResponderEliminarUn abrazo Angeles y enhorabuena por estar aquí!
Sencillo texto y placentera digestión la que me produce este texto.
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