Lucía se coloca encima mía, justo sobre mis rodillas. Me coge por el cuello, me acerca a su boca y empieza a hacerlo cómo a mi me gusta: primero, me la pone tiesa, con delicadeza, poniéndola a punto para lo que viene después. Entonces, con habilidad, la mueve de un lado a otro, por aquí, por allá, hacia abajo, hacia arriba, siempre sin perderme de vista… y por fin, sonriente y complacida –igual que yo-, remata su preciso ejercicio con un último y certero movimiento. Aliviado –qué sería yo sin mi mujer-, me voy a trabajar. El nudo ha quedado perfecto.
Jajajajaa....
ResponderEliminarMuy bueno, Daniel
Sorpresón! No aprendo y siempre me inclino por el lado placentero del asunto.
ResponderEliminarMuy bueno.
Nos has sacado una sonrisa a más de uno de los que te hemos leído. Buen micro.
ResponderEliminar¡Qué mal pensada soy!
ResponderEliminarEstupendo, Daniel
Esto de no saber hacer el nudo tiene sus ventaja. Muy bueno Daniel.
ResponderEliminarBuenísimo, está tremendo, Daniel
ResponderEliminarMuy bueno, ocurrente, con esa chispa final que te hace sonreír un buen rato
ResponderEliminarEs genial ser tan mal pensada...
ResponderEliminarBuen giro.
Saludos
Muchas gracias por los comentarios.
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