20 octubre, 2010

Welcome/Goodbye



Todos los días de la semana, excepto los sábados y los domingos, cuando amanece el día y los mirlos están más que hartos de intentar oírse entre los ruidos del tráfico, avanzo por la vieja avenida cuyas baldosas brillan por el roce de los zapatos y los tacones que, desde los años cincuenta hasta esta primera década, corretean a pasos cortos empujados por la esperanza que trae el azul del mar encendido poco a poco por el sol que, luego, omnipotente, hace luminosa la avenida hasta más no poder y, todo eso, después de despuntar el alba.
Hay un puesto de relojes, de calcetines, de vaqueros, de linimentos mentolados, de mecheros, de betún, de..., al que llaman el escaparate porque no hay transeúnte que al pasar no mire de soslayo a tal flamante y variopinta exposición. Un poco más allá, al soco también de la pared de un enorme edificio está el que vende los boletos. Tiene una sillita pequeña y, sobre una pequeña manta, un perrillo mil-leches blanco con manchas negras que al amparo de los pies de su dueño acecha al tiempo que pasa.
No, no hay miseria en esta avenida.
Caminaba ese día arrullado por el ronroneo de los coches, saludando con holas y adiós cuando, sorteando a los personajes, el dueño del perrillo que andaba sentado en su silla le contaba al otro, al del puesto-escaparate.
- Sí, aquel... me lo encontré. Estaba comprando... -el otro guardaba silencio y yo, que andaba pasando, acerté a oír las primeras palabras que alcanzaron mis oídos- ... estaba comprando una alfombra para... esto...
- Para la entrada de la casa -le ayudaba el otro.
- No, para esto...
- Para el baño -volvía adelantarse el otro.
Yo que terminaba la travesía y me iba con la duda, escuché:
- Que nooo, una alfombra pa´debajo de la cama.
Con esa frase merodeando en mi cabeza me alejé. Imaginé que siguieron hablando del amigo común que fue a comprar una alfombra para debajo de la cama para que sus pies, o los pies de su alguien querido, no pisen el suelo al levantarse en las noches frías o en las mañanas frías. Y, pensé entonces que esta avenida no sólo da pan a quien a su soco vive sino que, además, al acabar el día, cuando regresan a sus casas tampoco les faltan alfombras y, tal vez, seguro, en el felpudo de la entrada de sus casas está escrito, "Welcome/Goodbye".

7 comentarios:

  1. Hermosa estampa de uno de esos instantes de las ciudades que más me llaman la atención, el momento en que se desperezan y empiezan a crecer.
    Percibo la idea latiendo de que salimos a la calle con la esperanza de volver a nuestros nidos.

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  2. Esa conversación me resulta familiar...típica de cualquier mercaillo. Lo difícil es describirla como tu lo has hecho Dácil.

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  3. Me ha encantado esa descripción de ese mundo variopinto, bullicioso y luminoso, donde los mirlos "están más que hartos de intentar oirse", un mundo que se cuela en nuestras casas por debajo de las puertas y las camas.

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  4. Excelente recreación de todo un mundo, lleno de vida, colores, olores, sonidos y gentes. Enhorabuena.

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  5. ¡Qué buena recreación de lo cotidiano hecho literatura! Me encanta esa calle, me voy ahora mismo a dar un paseo y abrir los ojos y los oídos.

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  6. El paseíllo del mercado, como el paseo de la vida: todos tenemos un felpudo donde nos dan la bienvenida y nos despiden.

    Como la vida misma.

    Anabel

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  7. Queridos lectores, gracias a todos. Que sean también así para ustedes el amanecer luminoso donde hallar esperanza.

    Abrazos

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