Yacía en una de las calles más transitadas de la urbe, aquella a la que había venido a morir pero que no le había visto nacer, lloraba de felicidad porque tuvo una vida satisfactoria y sus lágrimas se mezclaban con la tierra hecha lodo por la lluvia de otoño; y es que realmente vivió como quiso: fueron cincuenta y tres novelas de las mejores, catorce libros de cuentos cortos, una breve estadía por los escritos de un ensayista algo aburridor y el libro de colorear de Manuela. Tuvo la suerte de viajar largas horas, entre historia e historia, dentro un maletín no muy oscuro que le permitía seguir hablando con los personajes de los libros en descanso, con las letras, unas incómodas y otras alegres por el reconocimiento, porque Ernesto las había subrayado, el viejo del que sólo sabía que sufría a de insomnio y que era un lector empedernido; fueron veintitrés hermosos meses y hoy por fin entendía que a todo separador de libros, sea de cartón o de plástico, debe llegarle el día en que se pierde. Sigue llorando feliz a punto de deshacerse, feliz por su buena vida.
Me ha gustado mucho, es un homenaje a una cosa tan simple, cómo un separador de páginas, pero que cumple su cometido divinamente. Y antes de desaparecer da por buena su existencia. Ha sido una buena vida.
ResponderEliminarFelicidades.
Cuando la vida tiene esta plenitud, es mejor estar contentos por lo que se logró, que no por lo que se perdió.
ResponderEliminarEnhorabuena, Juan Gabriel.
¡Que deliciosa historia! Sí, tuvo una buena vida. Me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarFelicidades y besos.
Bello separador, los adoro. Besos
ResponderEliminarUna ingeniosa idea la del escrito, la vida de un separador de libros.
ResponderEliminarLa vida de un separador de libros en claro paralelismo con nuestras propias vidas y nuestras muertes.
ResponderEliminarTal vez no fuera esa tu intención al escribir el relato, Juan Gabriel, pero es lo que me resuena.
Muy buen texto, original, preciso y bien escrito. Enhorabuena.
Gracias por ponernos al tanto de la vida de éste separador de páginas.
ResponderEliminarDe no haber leído ésto, hubiese pasado la vida ignorándolo.
Excelente historia. No hay vidas sin importancia, y la de este separador nos lo demuestra.
ResponderEliminarHa sido un placer leer este micro.
Enhorabuena, Juan Gabriel, por esta historia tan bien contada, con un tono entre melancólico y triunfal, y que dignifica a esos separadores de libros que en la mayoría de las veces los tratamos como si fueran objetos. Ahora me doy cuenta que poco atento he sido con ellos, con frecuencia lo sustituyo por sucedáneos y reconozco que en ocasiones prescindo de ellos retorciéndole las puntas a las hojas. Ya entiendo por que los libros me odian tanto.
ResponderEliminarHey muchas gracias a todos y a la Esfera por publicarlo. La verdad estoy tomándole cierto gusto a escribir sobre objetos inanimados, pues de alguna manera son ellos una conexión con el mundo que nos rodea, incluso con personas. Hacer que cobren vida, que mueran y que sientan. Además se me antojan como buenos ejercicios literarios y bueno, estoy apenas aprendiendo.
ResponderEliminarEn serio gracias a todos.
Lo he disfrutado.
ResponderEliminarLarga vida al separador.
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