- ¿Que tal el viaje? Parece que llegas muy cansado, demasiado serio, no sé…, como si te hubiera ido mal. ¿Es por el frío?
Él se encoge de hombros y cae desplomado sobre la cama, como exhausto.
...Silencio...
Ella deja de recoger las prendas de abrigo que él había dejado con su habitual descuido. Se vuelve le mira con ese modo suyo de mirar, como si los ojos fueran caricias. Empieza a preocuparse seriamente.
—¿Qué tienes, qué te ha ocurrido…?
Él sigue encerrado en su mutismo. Para acentuarlo más, cierra los ojos con fuerza, como si ella pudiera descubrir sus pensamientos asomándose a sus pupilas.
—¿No contestarás en toda la noche?
(…)
Por fin, ella se acerca hasta donde está él y poniendo el anverso de la mano sobre la frente, respira algo más aliviada.
—Al menos no tienes fiebre… ¿Es cansancio? Ya no estás para tanto jaleo. Alguien debería relevarte. Dar paso a los jóvenes.
Él toma la mano de ella, que se había quedado sobre su sien, distraída y plácida. Se la acerca a los labios y la besa.
—No, querida, no ocurre nada. Se me pasará. No es nada.
Ahora ella calla. Sabe que si ha abierto la espita de las palabras es mejor dejarle a su aire. Poco a poco, como mariposas tímidas, comenzarán a revolotear por la habitación. Aunque se impacienta porque tarda más de lo preciso, como si las palabras transitaran con muletas el sendero que va del cerebro a las cuerdas vocales.
—Ocurrió a última hora. Casi cuando regresábamos. Ya habíamos dejado todo ordenado, en cada lugar su correspondiente encargo. Perfecto.
A medida que hablaba, algo en su voz se hacía más oscuro, como si viniera envuelto por una penumbra fría y viscosa.
—A nuestras espaldas oímos un ruido, como un saco de patatas que caía desde cierta altura.
Ella, con la mano que le quedaba libre, acariciaba su cabello blanco, pero seguía sin preguntar. Mejor no interrumpir.
—Ya sabes que no podemos detenernos, una vez cumplida la misión, para no ser descubiertos. Pero me di la vuelta… Ojalá no lo hubiera hecho.
De nuevo un pellizco de angustia se columpiaba en el estómago de ella.
—Y allí estaba, allí la vi, estrangulada, mientras él, al darse cuenta de mi presencia aseguraba gritándome que acabaría conmigo si se me ocurría denunciarle…
Ella se llevó las dos manos a la boca, sujetando un grito que se le escapaba. Estuvo a punto de preguntar lo que había hecho él, pero se contuvo.
—¿Quién creería a Santa Claus si denuncia un asesinato?
Y ambos callaron durante mucho tiempo, mucho.
Yo lo creeria, pero si me lo dijeran los reyes magos...
ResponderEliminarBuen relato.
SALUD.
Este año, el pobre gordo borracho, está sufriendo más de lo normal.
ResponderEliminarGracias, Groucho. A mí no me lo han dicho los Reyes Magos, pero, hoy en día no descarto nada. Esperemos al día seis.
ResponderEliminarEs lo que tiene la fama, Francisco, que es muy dura...
Muy dura la vida esta de repartir ilusiones y regalos en un mundo tan hostil. Se me ocurre que también el asesino si tiene que contar cómo la estrangulaba bajo la atenta mirada de Santa, en vez de en Villacandado lo internaban en Villalocos. Buen micro para acabar 2011 Amando. Un abrazo.
ResponderEliminarBUENÍSIMO! La forma en que has conducido la historia es magnífica, el resultado final, toda una sorpresa.
ResponderEliminarHacía tiempo que tenía ganas de leer algo que realmente me sorprendiera, me hiciera sonreír y, a la vez, quedarme cavilando porque, vale que Santa no existe pero, ¿cuántas personas cuentan, de antemano, con la desconfianza de los demás solo por ser quienes son o han sido?
Me ha encantado.
Amando, el comentario de antes era mío, que me despisté de cambiar de identidad. Ya sabes la cruz que soportamos los géminis con nuestra doble personalidad.
ResponderEliminarUn abrazo doble
es para pensar y en esta fecha,HERMOSO RELATO..
ResponderEliminarGracias Miguel Ángel. Introduces un factor muy interesante. El punto de vista del asesino. Habrá que tenerlo en cuenta, y el del juez:
ResponderEliminar-Señoría, no me queda más remedio que declararme culpable. Hubo un testigo presencial.
-¿Puede el acusado decirnos de quién se trataba?
-Santa Claus.
-¿Cómo dice...? Le ruego que no se mofe de este Tribunal o será acusado, además de desacato.
-Le juro señoría que era Santa...
Melchor de la Grulla, magistrado del Tribunal encargado de juzgar al supuesto asesino, se rasca el mentón y empieza a valorar la posibilidad de ordenar la exploración de perito... Aunque, piensa, quizá dicte una Providencia para que desde el Ministerio de Asuntos Exteriores se solicite al Ministerio de Justicia de Groenlandia que interroguen a Santa Claus...
Ana tus palabras me llenan de emoción. Ojalá que sea capaz de seguir indagando por este camino. Respecto de la dualidad geminiana, mejor dejémoslo estar.
Floria, también agradezco tus palabras. Y sí buscaba un poco eso, pararnos brevemente y que la sorpresa nos hiciese reflexionar.
Hay trabajos que entrañan mucho riesgo...aunque sólo se realice un día al año.
ResponderEliminarUn abrazo.
Amando, como siempre, fantástico texto, intrigante hasta el final. Con un fondo profundo y bien llevado, con una forma intachable. Felicidades.
ResponderEliminar¡Pero cómo que Santa Claus no existe! Y tanto que existe, lo que pasa es que se ha integrado en un programa para la deshabituación de los bombones de licor tipo Mon Cheri y por eso no ha podido acudir a la citación para testificar en el juzgado de Groenlandia que investiga si el responsable del estrangulamiento fue Melchor, Gaspar o Baltasar pero yo creo que no hay suficientes pruebas y en el fondo todo va a ser una cuestión de conflicto de intereses...
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