03 diciembre, 2010

Soñado de la realidad

Recuerdo aquel taburete, frio, gris y pesado, que con nuestras diminutas manos arrastramos sigilosamente, temblorosas como estábamos frente a aquella llamada -la del trimbre de la puerta- que esta vez no sonaba como siempre.

Cual si adivináramos un personaje de pesadilla, allí, presionándolo, el horror se adueñó de nosotras (Alicia y yo) y, con esa desconfianza propia de los adultos nos acercamos de puntillas y vimos, subidas en aquel taburete, un monstruo.

Era un hombre, viejo y desarrapado, cuya mirada, recortada por la mirilla, nos paralizó. 

No abrimos, siempre con el temor de que aquel personaje, siniestro y débil como debía sentirse, nos arrastrara a sus dominios con la poderosa fuerza que la magia del pensamiento infantil le había atribuido.

Aguardamos en silencio una eternidad. El tiempo se había paralizado como la imagen petrificada de una fotografía, y, sin saber lo que iba a ocurrir, pero temiendo que la puerta sucumbiera a sus empujes, aguantamos la respiración en un intento de que el corazón, ese pequeño caballo que sonaba en nuestro interior, no delatara con su estruendoso galope la presencia de nuestros cuerpos a través de la puerta. 

El mendigo continuó su peregrinaje urbano acompañado de sonar de timbres, chirriar de puertas y el escaso tintineo producido por esas monedas que pasaban de la cartera del ama de casa a su arrugada y cansada mano.

Cuando por fin conseguimos salir, cual si despertáramos, de aquella pesadilla, bajé aceleradamente los tres pisos que me separaban de la claridad del día y atravesando el patio, corrí al calor de mi casa. No dije nada, sólo respiré y volví a sentirme tranquila.

Jamás volví a jugar a casa de Alicia y ella, cuando con el paso del tiempo le pregunté sobre aquello, no recordaba nada. 

Para mí fue real, y sólo Lola -la difunta Lola- fue testigo de la presencia de aquel hombre (que también llamó a su puerta) y del terror que se advertía en nuestros rostros cuando ella, un rato más tarde, pasó a pedir sal, permitiendo así que saliéramos de nuestro letargo.

A ella no puedo preguntarle. Quizás fuera también un personaje de mi sueño. ¿Quién sabe? Para mí fue real, pero, lo que sí seguramente soñé es que Alicia vivió lo mismo.

Autora: Fabiola Ojeda Virto



6 comentarios:

  1. Buen relato, en el que se demuestra que el miedo padecido durante la niñez se injerta en el corazón, sin que se pueda extirpar.
    Una mañana, hace muchos años, más de cuarenta, bajaba yo la basura desde el tercer piso donde vivíamos. Debía ser invierno por la mañana, que era cuando pasaba el camión de la basura por entonces. Al llegar al portal, en el penúlitmo descansillo un pobre mendigo estaba sentado, supongo que refugiándose del frío. Creo que en mi vida he subido más rápido las setenta y tantas escaleras -sin ascensor- que había hassta mi casa... con la basura en la mano.
    Enhorabuena, Fabiola.

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  2. Las experiencias angustiosas de la infancia, donde un mendigo es un monstruo de siete cabezas y un armario abierto, la entrada a los infiernos.
    La fragilidad de la memoria o las socorridas fabulaciones, quién sabe.
    Buen texto.
    Bienvenida a La Esfera, Fabiola
    Amando, veo que la prota del relato no ha sido la única a la que la presencia de un mendigo le ha alterado. Te imagino, escaleras arriba y con la bolsa de basura...

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  3. Peor, Ana, peor... Con el cubo de basura, que en aquellos años 70 no había casi bolsas de plástico. Y digo que peor, porque no sé cómo no tiré todos los desperdicios por la escalera. Quizá no estuviera muy lleno.

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  4. Realmente resulta muy curioso cómo cosas que pasaron hace 1 mes me cuesta recordarlas y cosas de cuando tenía 5,6 o 7 años soy capaz de cerrar los ojos y volver a revivirlas como si hubiera ocurrido hace 5 minutos. Creo que todos tenemos una cicatriz de estas en nuestra memoria que nunca ha logrado cerrarse. Enhorabuena Fabiola.

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  5. Siempre me ha llamado la atención lo selectivo que tienen los recuerdos compartidos: cada uno guarda en su memoria, de alguna manera, lo que le interesa, lo que tiene que ver con la subjetividad de cada uno, tan particular.

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  6. Mi mendigo se acomodó durante mucho tiempo en mis sueños -o pesadillas- aguardándome en el recodo de la escalera, ya sin piernas, pero dispuesto sin embargo a salir corriendo trás de mi.

    Gracias por esos recuerdos compartidos.

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