El viejo escritor llegó al pueblo que lo vio nacer. Llevaba ya unos años, buscando en su interior una inspiración que se le negaba, vaciado por dentro como estaba de tantas vidas y lugares creados y escritos.
Salió temprano por la mañana y los aires de primavera le recibieron abrazándolo como lo hubiera hecho su difunta madre si hubiera vivido aún. De aquellos años sólo quedaban vagos recuerdos en su memoria gastada.
Llegó a la vieja plaza que había sido testigo de sus correrías de juventud. Sus carreras para llegar al colegio, sus primeros escarceos de amor, el primer beso robado, a escondidas, en la noche... Se sentó en el viejo banco a observar y cerró lo ojos y sacó su libreta nueva de color verde, donde escribiría la que intuía sería su última obra literaria, más intimista, más autobiográfica: “Copas de laureles cubrían de un verde manto la plaza” escribió. Paró por un momento de escribir. El olor a pan recién hecho le trajo el recuerdo de domingos en casa, la matanza, el alboroto de todo el pueblo, fiestas,... Ahora todo estaba
en silencio. El pueblo poco a poco se había vaciado de almas en busca de su destino y de sus sueños, quedando sólo el esqueleto de lo que antes había sido un cuerpo que latía lleno de vida.
Sus recuerdos lo elevaron metros sobre el suelo y empezó a revivir todo lo que ya había olvidado tras años y años de ver mundo y de compartir fama con gentes de otros pueblos. Era como si volviera al ayer hasta el punto de que su inconsciente se hizo consciente y su piel se abrió para respirar. Deseó ser brisa, ser olor a pan recién hecho, ser ave que vuela y observa todo desde el cielo. Ser laurel, ser banco en la plaza. Ser hijo, ser joven, ser mozo... Deseó volver a amar a quien tanto quiso y no supo querer, volver a aprender sobre lo aprendido, volver a vivir sobre lo vivido. Sintió entonces que su cuerpo se desprendía y dividía en mil trozos, y cada trozo se fundía con lo que quedaba del ayer para no desprenderse de su pasado añorado.
El niño soltó el brazo de su madre y corrió hacia aquel objeto olvidado en un banco de la plaza.
-Mamá. Mira-.
La madre abrió un cuaderno de tapas verdes que tenía escrito en la primera página una frase inacabada:
Salió temprano por la mañana y los aires de primavera le recibieron abrazándolo como lo hubiera hecho su difunta madre si hubiera vivido aún. De aquellos años sólo quedaban vagos recuerdos en su memoria gastada.
Llegó a la vieja plaza que había sido testigo de sus correrías de juventud. Sus carreras para llegar al colegio, sus primeros escarceos de amor, el primer beso robado, a escondidas, en la noche... Se sentó en el viejo banco a observar y cerró lo ojos y sacó su libreta nueva de color verde, donde escribiría la que intuía sería su última obra literaria, más intimista, más autobiográfica: “Copas de laureles cubrían de un verde manto la plaza” escribió. Paró por un momento de escribir. El olor a pan recién hecho le trajo el recuerdo de domingos en casa, la matanza, el alboroto de todo el pueblo, fiestas,... Ahora todo estaba
en silencio. El pueblo poco a poco se había vaciado de almas en busca de su destino y de sus sueños, quedando sólo el esqueleto de lo que antes había sido un cuerpo que latía lleno de vida.
Sus recuerdos lo elevaron metros sobre el suelo y empezó a revivir todo lo que ya había olvidado tras años y años de ver mundo y de compartir fama con gentes de otros pueblos. Era como si volviera al ayer hasta el punto de que su inconsciente se hizo consciente y su piel se abrió para respirar. Deseó ser brisa, ser olor a pan recién hecho, ser ave que vuela y observa todo desde el cielo. Ser laurel, ser banco en la plaza. Ser hijo, ser joven, ser mozo... Deseó volver a amar a quien tanto quiso y no supo querer, volver a aprender sobre lo aprendido, volver a vivir sobre lo vivido. Sintió entonces que su cuerpo se desprendía y dividía en mil trozos, y cada trozo se fundía con lo que quedaba del ayer para no desprenderse de su pasado añorado.
El niño soltó el brazo de su madre y corrió hacia aquel objeto olvidado en un banco de la plaza.
-Mamá. Mira-.
La madre abrió un cuaderno de tapas verdes que tenía escrito en la primera página una frase inacabada:
“Copas de laureles cubrían de un verde manto la plaza”.
Tornó sus ojos al cielo y no vio nubes. Sólo un verde manto de laurel. Y olió el suave aroma de pan recién hecho.
Texto: Miguel Angel Brito
Narración: la Voz Silenciosa
Texto: Miguel Angel Brito
Narración: la Voz Silenciosa
Que triste y que poetico, morir donde aprendió a vivir.
ResponderEliminarBesos
Nela
Sólo somos cuando volvemos a las raíces.
ResponderEliminarMuy buen texto Miguel Ángel
Volver a tus orígenes, recuperar los lugares donde fuiste feliz, fundirte con el entorno hasta desaparecer.
ResponderEliminarMaravilloso texto, además creo que es un deseo bastante común de las personas mayores,lo digo por experiencia.
Felicidades.
Miguel Angel, precioso y triste texto, me ha encantado, y me ha llevado a pensar en los deseos que tenemos de recordar, de volver, de aferrarnos a la vida cuando estamos fuera de ella.
ResponderEliminarTe repito: "me ha encantado".
De joven miramos siempre hacia delante, de mayores empezamos a mirar hacia atrás.
ResponderEliminar¿Hacia donde resulta correcto mirar?
Un texto poético, Miguel Ángel. Meláncolico y tierno. Lo cierto es que en la primera lectura, la sensación que me dió es que el anciano se desvance o se evapora para , mágicamente, volver a ser un niño de nuevo. Y volver a empezar. Me ha gustado mucho! Iria L.
ResponderEliminarUno empieza a ser mayor, cuando mira hacia el pasado, pero es que todo es un círculo como esta esfera que nos contiene. Me ha gustado muchísimo M.A.
ResponderEliminarBesos como de cuentos para todos.
Muchísimas gracias por vuestros comentarios. Me alegra enormemente que os haya gustado. Siempre he pensado que la vida es un círculo donde terminamos queriendo siempre volver a dónde empezamos con ganas de volver a empezar, de volver a Ser. Un enorme abrazo para todos y todas.
ResponderEliminar¡Magnífico!
ResponderEliminarUn lujo de texto.
Un abrazo
¡Qué bello texto, Miguel! La fantasía del retorno esférico, girar y girar para empezar una y mil veces; la fantasía de poder empezar siempre de nuevo, de rescatar ilusiones perdidas, de poder aferrarse otra vez al brazo seguro de mamá. Sin embargo, cuidado con querer volver a las entrañas maternas, mucho cuidado. Es más, nunca hay que mirar tan atrás, es muy peligroso.
ResponderEliminarBesos
Ana, Ángeles. Muchas gracias. Tienes razón Ángeles. Mucha razón. Sin embargo, no se porqué pero hay algo misterioso en el pasado que te envuelve cuando lo revives: la casa en que naciste, el amigo de la infancia, el colegio donde estudiaste, el primer amor,... Cuánto más sólidas y fuertes son esas raíces, más fuertes son esos sentimientos y las ganas de recordar y revivir. Y tan peligros que es ir tan atrás, que el viejo escritor quedó preso para siempre. Yo soy un poco como tú: tó pa'lante!, pero de vez en cuando me doy la vuelta para mirar.... Un fuerte abrazo a las dos.
ResponderEliminarMuy bonito. Nos pasamos la vida intentando despegar, agitar fuerte las alas para volar lejos del nido. Cuanto más lejos estamos, más añoramos lo dejado atrás. En ocasiones, no hay mejor sitio donde acabar, que aquél en el que comenzamos. Me ha gustado mucho
ResponderEliminarEso, Carlos, despegar, volar y volar. Atrás no existe.
ResponderEliminarBesos
La idea de un fértil y verde pasado, frente a lo caduco de la vida, que consume a las personas a lo largo del camino en un agotador viaje. El texto resulta deliciosamente denso con imágenes muy poéticas. Es como el feedback o ese tunel de regreso antes de la muerte, donde en segundo volvemos a ver a todo y a todos como si nos despidiéramos.
ResponderEliminarEnhorabuena.