El aire se volvió arena y los rostros se convirtieron en esculturas, que se arrastraban entre las dunas. Las huellas cayeron en el olvido y el tiempo borró el recuerdo; la memoria de aquellos humanos quedó reducida a los últimos gritos, ahogados por los aullidos eólicos. Luego, sus carnes se secaron y se pudrieron rápidamente, y los huesos emblanquecieron y se separaron de su armazón, para viajar libremente por el desierto, arrastrados por el viento, hasta que se sumergieron en él. Si alguna vez existieron lo fueron exclusivamente para ellos.
Sus almas, desesperadas, recorrieron el mundo buscando su reconocimiento, pero no encontraron a nadie que los recordaran. Entristecidas, las almas lloraron durante muchos años; fue, entonces, cuando sus lágrimas se confundieron con la lluvia, y muchos vieron como sus cuerpos se empapaban respirando esa humedad triste y desgarrada. No tardaron en caer en la locura y despertar en desiertos arenosos de una belleza indescriptible, bajo un cielo limpio de un azul intenso, y un aire que embriagaba por su pureza, pero lo más que sorprendió fue el silencio absoluto que lo llenaba todo. Quedaron admirados, contemplando aquello durante horas, hasta que comenzó a rugir el viento.
Alucinante, Marcos. Estremecedor...
ResponderEliminarLo he tuiteado o como se diga. Seguimos en pruebas.
Por cierto lo de la emisión de Radio la Esfera en internet está muy bien...
¿Se subirán los programas que hacéis los martes o eso no puede ser?
Cierto, Amando, de hecho yo paso mucho miedo cuando llueve pensando en ello.
ResponderEliminarOpino como Amando, es un relato estremecedor, angustioso, tengo la boca llena de arena. ¡Enhorabuena escritor!
ResponderEliminarGracias, PilarA. Creo que a veces me puede mi lado existencialista, por eso tengo que tirar de la ironía para maquillar esa visión tan negativa de la vida.
ResponderEliminarMe he sentido arena, lluvia, viento, silencio. Poético encuentro con la naturaleza hecha alma.
ResponderEliminarMuy bonito.
El paso del tiempo y el olvido, la posibilidad de volver a ser recordados. ¿No es eso lo que buscamos los escritores que, aunque sea cuando ya solo seamos huesos, una lluvia nos devuelva a la vida bajo los ojos de quienes nos leen?
ResponderEliminarSeguro que no es esto lo que querías expresar en tu estupendo relato, de hecho, en tu comentario hablas de la ironía para maquillar una visión negativa de la vida, pero es lo que me ha venido a la cabeza -¿al corazón?. Esto, y una imagen de El Rey Escorpión.
Me ha encantado.
Una historia apasionante. Deberían habernos contado, en la escuela, el origen de los desiertos con esta parábola.La angustia que produce, está diluida, a pesar de la dureza. Precioso Marcos.
ResponderEliminarMIl besos para tu sur.
Buenísimo relato escrito con mucho gusto. Acabo de descubrir este blog y desde ya lo sigo.
ResponderEliminarMe animo también a recomendarte que le eches un vistazo al mi último post en el que hablo de la editorial Ediciones de La Discreta, con la que colaboro habitualmente. Creo que te puede interesar y, si es así, te agradecería que le dieras difusión entre tus lectores.
Muchas gracias y enhorabuena por tus relatos.
Los desiertos tiene fama de tener poca vida, pero tu relato está lleno de ella.
ResponderEliminarUn abrazo.
Marcos, te has lucido.
ResponderEliminarUn viaje al Desierto, al centro, al origen, al olvido…
Sigues creciendo.
Preciosas palabras las tuyas, Inma. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Ana, por tu comentario tan profundo y que toca ese tema de la inmortalidad a través del recuerdo, la fama... Si te digo la verdad, no recuerdo que me había planteado exactamente cuando lo estaba escribiendo, en cualquier caso nada preciso, sólo sé que llovía mucho y percibí una fuerte humedad arenosa en mi interior.
ResponderEliminarUn abrazo
Isolda, ya no me creo nada de lo que nos cuentan en los libros oficiales, de hecho y respecto al origen de los desiertos sólo espero que en Wikileaks nos lo explique.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo cuando comentas lo de esa angustia, casi resignación.
Un abrazo
Gracias Obiwan por tu comentario.
ResponderEliminarGracias ,Flamenco, por tu comentario que llega y llena también.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, FranCo. Es verdad que aún nos negamos a aceptar que somos seres del desierto, de soledades y silencios.
ResponderEliminarUn abrazo
Para los que pensamos que nada desaparece sino que se transforma. Para los que pensamos que todos bebemos y nos empapamos de la energía que otros vierten en el mundo, este texto nos toca muy dentro. Excelente. Revelador. Me ha encantado lo que has contado y sobre todo Cómo lo has contado.
ResponderEliminarGracias, Miguel Ángel, por tu comentario. Yo, también, coincido con lo que dices. En realidad no dejamos de ser sólo una pieza del ciclo de la vida, que diría el Rey León.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me ha encantado, Marcos. El desierto, el viento, el silencio, el agua, las almas perdidas...
ResponderEliminarGracias, Dácil, por tu comentario. Cuando era joven, tuve la oportunidad de cruzar el Sáhara, al final no fui, los que sí fueron, y ya lo habían hecho antes, hablaban maravillas de ese lugar, decían que era mágico y lo más impresionante era el silencio, me contaban. Desde entonces y en mi imaginación cruzo ese desierto con frecuencia, en él me paro a reflexionar, pensar, imaginar. Te invito a que tú, también, lo hagas y salga de esa ciudad bulliciosa de la que hablas en tu último post.
ResponderEliminarUn abrazo
Me gusta la idea de las almas que lloran, que desaparecen.
ResponderEliminarSí, Maria Paz, tengo la idea de que las almas son muy sensibles, sólo que se hacen las duras, y el hecho de desaparecer se debe a su timidez,
ResponderEliminarUn abrazo.
Llego muy tarde porque te he reencontrado en twiter (gracias Amando)
ResponderEliminarA mi también me da miedo pero leyendo tu alucinante relato he conseguido cambiar una idea muy fea-polvo eres y en polvo te convertirás -
por una bella imagen: montones de arena dorada que cambia de lugar y de forma azuzada por el viento que sopla.
Tu imaginación, Marcos, es tan volátil como la arena que nos descubres.
Un fuerte abrazo. A.
¿Twiter? En ese desierto, por no decir jungla, estoy perdido desde hace tiempo. Me encanta estos relatos, no sé si este llega a microrrelato, en parte porque permite tantas lecturas como lectores los interpreten. En tu caso, Ángeles, planteas una idea hermosa que se me escapaba, a no ser que estuviera en mi subconsciente: comparar las dunas con seres que avanzan errantes por el desierto, con esos aullidos eólicos y que se transforman así mismos, y constantemente, en otros seres. Sinceramente me quedo con tu imaginación.
ResponderEliminarUn abrazo.