Desanimada cogió nuevamente aire, preguntándose ¿Cuándo pasaría?
Su pequeño tamaño adivinaba junto a su rostro su edad. Seguro que era bella, aunque la oscuridad imposibilitaba verla, así como la suciedad y atuendo elegido, siempre el mismo grande y sucio.
Sus manos agrietadas por la intemperie de tantos y tantos amaneceres crueles que oxidaron su ser y el que fuera en su día, suave piel.
Dejando pese a su tierna edad un cuerpo y rostro cansado, aunque lúcido pese a la atrocidad de su vida. Su bello semblante, sus brillantes luceros ¡estos! propios de la más hermosa princesa de cuento, desgarraban el alma a quién osara mirarlos.
Nuevamente cogió aire, aire de suspiro preguntándose ¿Cuándo pasaría?
No había sonrisa en sus labios cuarteados, no la hubo nunca, se decía triste ella, tan solo el dolor en su semblante, tan solo ilusión perdida, prisionera la princesita en las calles de la maldita urbe, fruta lacia vendía.
Su pregunta fue contestada un frío amanecer, dejó vacante el rincón que morara tantos y tan pocos días, acurrucada amaneció yaciendo dormida para siempre, la que fuera un día bella princesa triste, de brillantes luceros.
Su pequeño tamaño adivinaba junto a su rostro su edad. Seguro que era bella, aunque la oscuridad imposibilitaba verla, así como la suciedad y atuendo elegido, siempre el mismo grande y sucio.
Sus manos agrietadas por la intemperie de tantos y tantos amaneceres crueles que oxidaron su ser y el que fuera en su día, suave piel.
Dejando pese a su tierna edad un cuerpo y rostro cansado, aunque lúcido pese a la atrocidad de su vida. Su bello semblante, sus brillantes luceros ¡estos! propios de la más hermosa princesa de cuento, desgarraban el alma a quién osara mirarlos.
Nuevamente cogió aire, aire de suspiro preguntándose ¿Cuándo pasaría?
No había sonrisa en sus labios cuarteados, no la hubo nunca, se decía triste ella, tan solo el dolor en su semblante, tan solo ilusión perdida, prisionera la princesita en las calles de la maldita urbe, fruta lacia vendía.
Su pregunta fue contestada un frío amanecer, dejó vacante el rincón que morara tantos y tan pocos días, acurrucada amaneció yaciendo dormida para siempre, la que fuera un día bella princesa triste, de brillantes luceros.
Texto: Ramón María Vadillo Carazo
El dolor del ser humano siempre es tan terrible y tan injusto.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEs un texto desgarrador y finamente narrado. Muy bueno, Ramón.
ResponderEliminarUn saludo.
Uf, qué fuerte. Me hace recordar un cuento de Oscar Wilde donde una niña cerillera muere de frío y hambre en la calles de Londres...
ResponderEliminarUn relato bien escrito que nos impregna de imagenes de una pobre y lastimera princesa que no llegó a tener siquiera futuro.
Hola Amando, desgraciadamente es hasta cotidiano, tan solo hay que observar un poco nuestro alrededor.
ResponderEliminarUn saludo
Hola Sara, gracias por tus palabras; ciertamente duele, aunque parece que nos estemos acostumbrando a ello.
ResponderEliminarUn saludo
Hola Dacil, no me costó nada escribirlo, tan solo narré lo que sucedió un día hace ya dos años (más o menos)no vendía fruta y su edad quiero suponer que seria mayor; lo cierto es, que su rostro era como el de una cría y una noche de invierno
ResponderEliminarla encontraron, tal y como lo narro.
Un saludo
He tenido la misma sensación que Dácil.
ResponderEliminarMe ha escalofriado
Un abrazo
Perdón Ana J por el retraso no he debido hacer bien el seguimiento de comentarios, gracias por tus palabras.
ResponderEliminarUn abrazo.