Irene quería volar. Cada día, cada hora, lo deseaba con todas sus fuerzas.
No quería volar lejos. No pensaba en huir de una ciudad y de una familia que adoraba. Ni siquiera deseaba escapar de la gente que la miraba y cuchicheaba a sus espaldas cuando paseaba por la calle, lenta y pesadamente, bamboleando sus enormes brazos al compás de su andar, bregando entre burlas y chanzas. Por supuesto que odiaba todo aquello, pero sabía que no era culpa de ellos. Sin lugar a dudas, la culpa era de ella por ser como era. Ella misma era la razón de toda aquella soledad y vergüenza. No podía ser de otra manera.
Con sus diecisiete años a Irene no le gustaban los chicos, ni salir con sus amigas como cualquier chica de su edad. Mejor dicho, a ellos
no les gustaba Irene. Ni siquiera a Irene le gustaba Irene. Por eso sólo soñaba con sacar fuerzas y desplegar las alas que sabía escondidas debajo de los kilos de grasa y volar lejos de sí misma, aunque sólo fuera unos metros que la separaran de aquel cuerpo que la limitaba y anclaba a aquella desdicha.
Un día, con tranquila determinación, caminó hacia la ventana de su habitación. Buscó fuerzas en el fondo de su ser y, sin pensar en su madre ni en su padre, sin pensar si quiera en su hermano que echaría de menos a la Irene de siempre, con confianza, sin demasiada tristeza, desplegó unas hermosas alas blancas y saltó al vacío.
Por primera vez en su vida se sintió ligera y libre como el viento. Por primera vez, se sintió feliz. Al fin había cumplido su sueño. Ya no notaba el peso de su cuerpo. Ya no oía burlas ni risas, sólo el aire en su cara y, batiendo con fuerza sus espléndidas alas, voló lejos de allí, lejos de sus diecisiete años de dolor y sufrimiento, mientras que en aquel suelo a los pies de la puerta de su casa, quedó la vieja Irene, como una cáscara vacía, junto a las lágrimas y lamentos de su familia que nunca la vio volar.
Texto: Carlos Q. G.
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Es una historia muy triste y bien contada, narrada con dulzura y delicadeza.
ResponderEliminarUn saludo.
Carlos hermoso texto, te pido disculpas porque en la edición hubo un error en el último párrafo, que ya está subsanado.
ResponderEliminarTe echábamos de menos.
Carlos un texto emotivo y que sé que puede ser reflejo de una realidad que desgraciadamente se vive.
ResponderEliminarEnhorabuena y déjate caer más a menudo por La Esfera
Carlos, bonito texto. Triste. Desgarrador el final. Todavía siento el batir de las alas de Irene. Algunas veces el envoltorio nos impide ver el regalo.
ResponderEliminarUn saludo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchos adolescentes son orugas feas, podrían hacerse mariposas maravillosas. Algunos no encuentran otro camino que saltar al vacío de una u otra manera. El suicidio de los adolescentes es un enigma. Nos das indicios para entenderlo.
ResponderEliminarMe gusta mucho tu texto, Carlos.
Enhorabuena, Carlos, por este buen y acertado relato que nos hace reflexionar sobre la mente humana, en especial la de los más jóvenes. Nunca sabemos que hay tras su sonrisa y aparente felicidad, ignorando que una burla, un insulto, puede ser una de las armas más mortíferas.
ResponderEliminarMarcos Alonso
Un abrazo
Muchas gracias a todos. Tal cual lo decis: Los jóvenes son joyas en bruto, mariposas antes de la metamorfosis, frágiles, vulnerables. Pasamos junto a ellos y ni nos planteamos las cosas que tienen en la cabeza, lo débiles que pueden llegar a ser en esos cuerpos engañosamente adultos. Algunos no llegan a crecer lo suficiente como para aprender a enfrentarse a sus miedos y complejos. Un placer escribirlo, mejor aún el saber que ha gustado
ResponderEliminarTengo un hijo que ha pasado la adolescencia. Siempre me preocupó lo que pensaría, lo que haría,... Es la peor de las épocas que me tocó vivir con él. No por las discusiones (que también) sino por la incertidumbre. Lo has expresado de manera elocuente. Probablemente Irene sería menos gorda de lo que era, menos fea de lo que era, y le gustaba a los demás más de lo que ella misma pensó nunca. Esa es la tragedia del "todo o nada" del adolescente.
ResponderEliminarEsplédido relato contado con sencillez: el daño que puede generar la crueldad humana, el daño que pueden hacer los complejos mal gestionados.
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