Para no desconocerla diré que Elena no siempre se mostró así: fría, ausente, tan lejos de los que la amamos tanto. Ni una sonrisa, ni una mueca, ni una palabra, ni un pequeño atisbo de lo que ella había sido.
¿Y sus ojos? Esos no son los ojos de mi Elena: los suyos me amaban, me odiaban, me deseaban, me echaban de menos, me sonreían, me lloraban.
Yo debí estar aquí cuando me necesitaron, cuando sus manos me buscaban, cuando parió a nuestra hija. Hoy, sin embargo, vítreos y con las pupilas dilatadas, ni siquiera me culpan.
Miro a mi alrededor: todos esperan con rencor que sea yo quien los cierre para siempre.
Desgarrador... Cuántas cosas dejamos de hacer que después nos hacen arrepentir. Qué buen texto...
ResponderEliminarPunto y final para ella. Punto y aparte para él. Un capítulo que se cierra para empezar otro, incierto y distinto al deseado. Me ha gustado mucho, Isabel, sobre todo la descripción que haces de esos ojos de Elena.
ResponderEliminarLa historia de toda una vida en menos de diez párrafos.
ResponderEliminarMuy bueno!
Para hacernos temblar. Espléndido
ResponderEliminarTienes el don de concentrar mucho en pocas palabras, nos haces estremecer con este micro. Enhorabuena
ResponderEliminarMe ha parecido muy triste y muy original.
ResponderEliminarPobre Elena, pobre Isabel.
La descripción progresiva de la historia: excelente.
Un abrazo Á.
gracias a todos amigos ! Me ha enczantado mi texto en la voz silenciosa.
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