30 junio, 2011
Henry
La bandeja incluye un menú frío. Tiene un hueco para el vaso que la azafata ofrece poco después con la bebida. Todo lo cubre un plástico que aparto con avidez. El anciano sentado a mi lado no logra desprender el envoltorio y desiste en el intento. Sus manos débiles caen sobre sí y dirige su mirada lastimera fuera del avión. Con mi cuchillo corto el plástico y libro su comida.
- Buen apetito -le digo.
Mira a la bandeja y me da las gracias con un sonoro acento inglés. Lo trato como a un hermano pequeño; le pido la bebida a la azafata, le abro los sobres de azúcar... Se llama Henry y me cuenta que vive en La Villa, a cuarenta kilómetros de mi casa. Pienso que pueda ser un residente jubilado, su aire es distinguido y su vestimenta impecable; usa corbata, chaleco, chaqueta..., pero le descubro algunas
manchas y arrugas que delatan un cierto descuido en su persona. Sus ojos lucen muy azules en la cara pálida y miran penetrantes al paisaje exterior...
Me pregunta por mi familia, por mi edad. Le contesto a duras penas con un inglés de colegio. De su cartera saca una foto gastada de la familia y me la enseña. Observo un matrimonio con sus hijas y creo adivinarlo, mucho más joven, junto a su esposa. Me dice que le recuerdo a su hija menor. Me fijo en la chica, es rubia, con facciones nórdicas, y tiene cogida la mano de su padre. Acerca la foto a su pecho y se pierde de nuevo en el mar de nubes hasta entonces blanco y echado y que ahora inicia una batalla de vapores alcanzando al avión hasta envolverlo en una espesa niebla. Me muestra la foto una vez más, y con la mano simula que corta su cuello haciendo la señal de la muerte.
- ¿Ella murió? -le pregunto asombrada.
- All died... -todas murieron en un accidente, parece decirme.
Me acuerdo, entonces, que mis amigas ocupan los asientos de más atrás. Las localizo, están riéndose de algo y no se percatan de mis gestos. Deseo estar con ellas y huir de la tristeza que me embriaga. Henry sigue inmerso en las tinieblas que surca el avión. Comienza hablar largamente en un inglés que no logro entender y, sin embargo, un nudo en la garganta me oprime.
El avión aterriza y acudimos todos en busca del equipaje. Me despido dándole, simplemente, mi mano. Acierto a ver a mis padres. Y a punto estoy de llamarlo y decirle, que se venga con nosotros, que lo llevamos hasta su casa, pero sólo lo miro una vez más y, la complicidad en el cruce de miradas, es lo último que sé de Henry antes de desaparecer entre la gente.
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Dacil,
ResponderEliminarBonito texto,entrañable, triste...acongoja. Todos nos hemos cruzado con algún Henry, con esas historias tristes, lejanas, que sentimos tan cerca.
Un abrazo
Precioso texto, Dacil. Las historias que se agolpan en los que nos encontramos por la vida.
ResponderEliminarA veces, solo hay que mirar un poco mas alla de las arrugas.
Me ha emocionado, sobre todo, la humanidad que desprende es@ companer@ de asiento, capaz de preocuparse por quien tiene a su lado aunque sabe que no volvera a verlo mas.
Dacil, Anonimo soy yo, Ana J., que me he despistado de identificarme. Besos
ResponderEliminarVidas que se cruzan en nuestros caminos. Retazos de desolación y dolor que nos hacen reconstruir, como uno de esos cuadros pintados con escuetas líneas certeras, una existencia atormentada...
ResponderEliminarPensamos, en algunos momentos, que hubiera sido mejor estar entre las risas del grupo de los amigos, pero a la larga habernos asomado a esas vidas truncadas nos enriquece más, aunque nos duela.
Muy bueno, Dácil.
"All died": ¡qué terrible Dacil! yo me hubiera echado a llorar con él allí mismo, pero , al fin y al cabo , ¿qué podemos hacer ante un encuentro así?.
ResponderEliminarLos de afán "salvador", intentar ayudar mas, pco puede hacerse por ese hombre que no haya hecho él mismo viajando, viviendo en las Islas, recordando entre las nubes...
Bello y triste, un abrazo Á.
Dácil, no sé si es verídico o simplemente una fracción de tristeza que inundó uno de tus momentos de inspiración. Sea lo que sea me has conmovido.
ResponderEliminarEntrada que conmueve, querida Dácil. Esta es tremenda, por los hechos, por la necesidad de comunicación aún en diferentes idiomas... Pero ¿cuántas veces hemos compartido un rato de nuestras vidas con compañeros de viaje de los que nos queda sólo un leve recuerdo? ¡Qué raros somos a veces los humanos!
ResponderEliminarBesos que lleguen hasta tu sur.
Bello y muy entrañable. A veces el idioma no es obstáculo cuando los sentimientos hablan. Una despedida en la que las miradas lo dicen todo. ¡Cuántas veces nos ha pasado! Muy bueno.
ResponderEliminarHe seguido el relato como si estuviera sentado junto a ustedes en el avión.
ResponderEliminarCuantas historias surgen en cada uno de nuestros viajes. Cuantas conclusiones sacamos de nuestros compañeros de asiento.
Lástima que con tanta prisa solo reparamos en ello cuando nos meten en un avión y nos frenan nuestra actividad frenética.
Gracias Dácil por este relato.
FranCo