23 agosto, 2011

El secreto de Ulises

No fue su canto, ni tan siquiera su voz, la que me hechizó aquella tarde de verano y me volvió loco de atar. Y es que las sirenas no son fáciles de encontrar y menos aún de reconocer.
La primera vez que la vi, intentaba llegar al agua. Ayudándose con sus manos se esforzaba por alcanzar la orilla, poco a poco, arrastrando por la arena la parte inferior de su cuerpo. Con curiosidad, me escondí tras una roca para poder observarla mejor. Si bien es cierto lo que se dice de su belleza, no son exactamente como todos imaginamos. ¡Ni muchísimo menos!. Fuera del agua se la veía torpe, desgraciada,
inerte de cintura para abajo. No era una cola al uso, tal y como la describen en los cuentos, sino más bien era un apéndice largo, amorfo, que impresionaba un lastre más que una ayuda. Aquel ser parecía buscar el agua con urgencia, como una necesidad vital.
Jamás la habría reconocido, si en ese momento no la hubiera visto transformarse, cuando una ola salió a su encuentro y envolviéndola en espuma y sal, casi con delicadeza, la abrazó y arrastró mar adentro haciéndola desaparecer de golpe de mi vista.
En aquel momento, alarmado, salí de mi escondite y corrí hacia la orilla buscándola entre el oleaje, temiendo por ella… pero allí estaba, a unos metros de mi, riendo, haciendo piruetas, girando, moviéndose con elegancia, hermosa y radiante. Desaparecía sumergiéndose en un punto, para aparecer mas allá, agitando su pelo. Allí, en el mar, era sin duda feliz. No pude dejar de mirarla. Durante una hora entera la vi nadar de un lado a otro, veloz, moviendo con fuerza sus ágiles brazos y agitando su cola con precisión, con un potente golpe de cintura que la impulsaba con ligereza entre las olas.
Al fin, cuando el sol empezó a caer, paró de pronto y, tras unos instantes de duda, comenzó a nadar de nuevo hacia lo orilla donde se produjo la transformación pero esta vez, en sentido inverso. Cuando la ola la dejó en la arena, su cara cambió. Su sonrisa no la acompañó en el camino de vuelta y la cola volvió a anclarla pesadamente a la arena en su esforzado viaje de regreso.
Desde entonces, volví al mismo sitio, puntual, sin faltar ni una sola vez, para poder ver aquel hermoso personaje dejar atrás su mutilado cuerpo, su pesada tristeza, para ser ella misma en su elemento. Disfrutaba a escondidas mientras la observaba ejercitar su cuerpo cada tarde, semana tras semana. Me empapaba de su belleza, juventud y vitalidad para luego sentir, al caer el sol, cómo la pena me carcomía mientras la veía volver a tierra, arrastrando su dolor de vuelta.
Me enamoré perdidamente de aquella sirena. Mi cordura quedó en esa playa, junto con el secreto que nunca salió de mi boca. Cuando alguien preguntaba por aquella chica que cada tarde se acercaba en su silla de ruedas hasta la playa, le mentía con una absurda historia que alguien me había contado. Le hablaba de un desgraciado accidente que le había destrozado la espalda y condenado a permanecer inmóvil de cintura para abajo. Les engañaba diciendo que había sido una gran promesa de la natación y que lo único que la ayudaba a sobrellevar su dolor era su entrenamiento diario, como le habían recomendado los profesionales que la atendían de forma periódica en el centro hospitalario.
No hubo nadie que sospechara de ella. Nadie descubrió jamás su verdadera naturaleza.
Y es que, por suerte, las sirenas no son fáciles de encontrar y menos aún de reconocer.
Texto: Carlos Q.G.

7 comentarios:

  1. Qué curioso, como si fuera la otra cara de la misma moneda, respecto del relato de más abajo. Lo importante es ser sirena en el agua, no ser sirena en tierra. A veces, sin embargo, vivimos en un medio hostil, y los demás piensan que las sirenas son seres discpacitados. Me ha gustado mucho el texto. Y por suerte las sirenas son difíciles de descubrir y más aún de reconocer.

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  2. Todas las sirenas que existen ocultas por nuestro mundo y no nos damos cuenta de los valores que tienen en su entorno, en nuestro entorno. En mi profesión me tropiezo con muchas y créeme que he aprendido infinidad de cosas con ellas.
    Buen texto Carlos, me alegra volver a verte por La Esfera.

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  3. He pasado un rato agradable leyendo esta historia, bien desarrollada, y aunque cuando la sirena vuelve a la playa se intuye la realidad, el relato se cierra muy bien. Y efectivamente, hay muchas sirenas en el mundo, lo que pasa es que no queremos verlas.
    Gusto en leerte.

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  4. Me ha emocionado. Enhorabuena

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  5. Cuidado con las sirenas, si las escuchas cantar...

    Me gustó mucho te relato.
    Un abrazo!!

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  6. . Hace un tiempo que acudo a un centro deportivo donde entrenan personas con movilidad reducida, y en la piscina es alucinante cómo se transforman. Dentro de su grupo de nivel similar, entrenan y compiten como cualquier atleta de élite. La disciplina, la perseverancia y el esfuerzo que veo allí es un ejemplo a seguir. Sin duda son seres especiales, sirenas como el personaje de mi historia, que muy pocos han sabido reconocer. Amando, Inma, Ximens , Ana J. y Ana .... muchas gracias por vuestros comentarios. Abrazos a todos.

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  7. He tardado en leer este relato y me dejas sin palabras como siempre, y sobre todo cuando ves tanto como yo ahora en mi esfuerzo por recuperar, en un balneario, en un gimnasio etc... Cuando no puedes ayudar a tu hijo a entrar en la bañera, es precioso pensar que hay madres que nì siquiera pueden entrar en el baño a ayudarles y eso es lo que hay que ser conscientes del relato tan bonito que has realizado para la incapacidad, te felicito. Un beso

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