Llegó desnudo al lecho, después de haber cenado su cansancio, envuelto en ensalada y en tortilla, acaso distraído por el vuelo de un balón indolente y caprichoso. Llegó desnuda al lecho, después de haber cenado soledad envuelta en ensalada y en tortilla, acaso distraída por el llanto de la angustia infantil incomprensible. Y el lecho compartido fue, como cada noche, dos murallas de pieles silenciosas tejidas de cansancio y soledad, dos murallas ajenas y enfrentadas, dos murallas dispuestas a olvidar que un día fueron único castillo donde la madrugada era una fiesta de luces y caricias estruendosas, como mil carcajadas en la piel. Cuando al amanecer, regresen los vigías a la almena, y las pupilas alcen sus portones, él se levantará cansado y triste, a ella la soledad le cubrirá los pasos presurosos, engarzados al tiempo que se fuga. Se cruzarán vestidos, perfumados, pero su paladar no sabrá a beso, sino a café y tostada, y no tendrán caricias como salvoconducto para el día, sino el vuelo indolente de un balón y el llanto indescifrable de la infancia. Durante varias horas, el lugar será trono de olvido, almacén de silencios compartidos. De nuevo él llegará desnudo al lecho después de
haber cenado su cansancio envuelto en un puré y en pescadilla, acaso distraído por la historia de un crimen imposible y farragoso. De nuevo ella entrará desnuda al lecho, después de haber cenado soledad envuelta en un puré y en pescadilla, acaso distraída por el sueño de la infancia feliz e incomprensible. Y como cada noche será el lecho dos murallas de pieles silenciosas tejidas de cansancio y soledad, dos murallas ajenas y enfrentadas, dos murallas dispuestas a olvidar que un día fueron único castillo donde la madrugada era una fiesta de luces y caricias estruendosas, como mil carcajadas en la piel.
Texto: Amando Carabias.
Narración: La Voz Silenciosa
haber cenado su cansancio envuelto en un puré y en pescadilla, acaso distraído por la historia de un crimen imposible y farragoso. De nuevo ella entrará desnuda al lecho, después de haber cenado soledad envuelta en un puré y en pescadilla, acaso distraída por el sueño de la infancia feliz e incomprensible. Y como cada noche será el lecho dos murallas de pieles silenciosas tejidas de cansancio y soledad, dos murallas ajenas y enfrentadas, dos murallas dispuestas a olvidar que un día fueron único castillo donde la madrugada era una fiesta de luces y caricias estruendosas, como mil carcajadas en la piel.
Texto: Amando Carabias.
Narración: La Voz Silenciosa
Necesitaba un texto de los tuyos, de estos que me recuerdan que existen genios de las letras, de estos como el tuyo que rebosan buen hacer y poesía, de estos que te dejan el alma envuelta en pensamientos.
ResponderEliminarNecesitaba un texto de estos, de los tuyos.
Tan bello como triste, Amando. ¿Se pueden olvidar esas madrugadas de luces y caricias estruendosas y permanecer en soledad conjunta?
ResponderEliminarEs una preciosidad de texto, como dice Inma, de esos que se hacen como encaje de bolillos.
Besos, para que caigan las murallas.
Cuanta belleza y realidad hay en tu texto. La rutina y el paso del tiempo, a veces, nos hacen descuidar lo que más deberíamos cuidar y mimar. Enhorabuena por tu exquisito relato.
ResponderEliminarY de nuevo llegarán desnudos al lecho después de haber cenado su cansancio y hastío el vecino, el compañero, el amigo y la familia y alzarán murallas. Y serán murallas no tan cercanas como la de esta pareja, murallas más sólidas y complicadas de penetrar y derribar al existir tanta distancia.
ResponderEliminarLa sociedad actual nos mete presión. Aparentar, cumplir, ser, triunfar, que hace que no seamos felices y conformistas con ser seres simples, pero felices con nuestra existencia. Olvidando el materialismo y lo superfluo.
Amando, no edifiques murallas literarias y premianos más con tus textos.
Un abrazo.
Bellísima historia de desamor, poética y triste, bien contada, que te deja un regusto amargo. Mientras lo leía pensaba todo el rato: que se toque, que se toque, que rompan la muralla, pero nada, no ha podido ser. Un saludo.
ResponderEliminarMagnífico texto, excelente en su simetría de soledad compartida, la más frecuente y desconcertante de las soledades.
ResponderEliminarEstupenda estructura, imágenes potentes y reconocibles, regusto amargo de la cotidianeidad que disfraza el aislamiento.
Qué gusto volver a leerte aquí, Amando. No tardes tanto en regalarnos otro texto.
Un abrazo fuerte
No puedes evitarlo, Amando, ni disimular esa esencia poética que contamina tus palabras volviéndose aroma sin necesidad de comprender, solo sentir, eso es suficiente. Pero también nos contaminas a los demás, eso no es nada nuevo, lo que me preocupa es que hasta FranCo ha caído en tus redes. Creo que esto es el final, la rendición.
ResponderEliminarMarcos A.
Has conseguido hacerme sentir dentro de una espiral, continua y concéntrica; como las aguas que giran y giran en la boca de una alcantarilla, con el convencimiento que al final terminará tragándote.
ResponderEliminar¡Qué angustia de texto por favor! Pero sobre todo qué angustia de vida la de los protagonistas, y ellos ni se inmutan, sólo se limitan a arrastrarse de cansancio… y soledad en compañía.
Amando, ya les podías haber dado un poquito de tu nombre; pero entonces nos hubiéramos perdido de lo mejorcito que he leído por aquí.
Ailema del Revés.
Esa pescadilla que se muerde la cola encerrando las vidas en torres infranqueables para entrar, prisioneras para salir. Y vuelta y vuelta, y vuelta a empezar y vivir otra vez en un hastío espirálico que no se sabe cuándo acabará y que nunca se supo cuándo empezó.
ResponderEliminarHay tantos, como apunta Francisco.
Regálanos letras, Amando. Más letras.
Exquisito. De algún modo, todos somos islas frente a los demás, pero la rutina y la cotidianidad, la inmediatez, la prisa, las obligaciones, hacen más inmensas las aguas que nos separan. Enfrentarse a lo que conocemos pero soslayamos, leyendo tu relato, duele...aunque enamore.
ResponderEliminarGracias Amando y hasta el próximo relato.
Amando,
ResponderEliminarQue placer leer este texto dos veces, allí, y ahora aquí. Siempre consigues transmitirnos los sentimientos más profundos, las soledades, el vacío interior, el desamparo. Este planeta está lleno de fronteras, de grandes murallas, de alambradas que nos impiden transitar en libertad. No hay peor muro que el que levanta a nuestro alrededor la rutina, la prisa, la necesidad de ser feliz, sea como sea. Ese muro nos cerca, nos oprime y nos impide reparar en las cosas más sencillas, aquellas que realmente valen la pena, y dan sentido a nuestra existéncia.
Un abrazo, maestro.