He de admitirlo: no puedo vivir sin ella. No concibo la existencia sin su presencia, sin su olor, sin sus abrazos. Mi vida se ha ido al traste. La casa es un desastre, me alimento a base de comida del chino, ando con un pijama sucio y sin afeitar todo el día, mi armario está vacío de ropa limpia, los platos se acumulan en el fregadero y las plantas se han secado. Me paso el día haraganeando y echándola de menos. No sé como se me ocurrió irme sin más después de tantos años de amor incondicional. Las últimas conquistas que han pasado por mi cama son egoístas y egocéntricas. Siempre termino comparándolas con ella y, por supuesto, siempre salen perdiendo las otras. Después de varios encuentros no vuelvo a llamarlas. A ella, sin embargo, la llamo todos los días, por los viejos tiempos.
En estas fechas tan señaladas ella me pregunta cómo estoy y yo le miento por orgullo. Pero me muero por volver. Por sentir
en mi piel una camisa lavada y planchada por ella, por comerme sus albóndigas de concurso de cocina mientras me pregunta cómo me ha ido el día, por pasarme los fines de semana tirado en el sofá viendo la tele mientras la oigo arreglar la casa y volver de la compra, por coger un resfriado y recibir sus cuidado. Eso sí es amor, amor del bueno. No encontraré otra mujer igual. Nunca debí dejarla escapar. Nunca debí permitir que él se interpusiera, que fuera un obstáculo, él, que no sabe apreciarla como yo, él, que no sabe reconocer sus muchas virtudes.Esta mañana he ido a visitarla y ella se ha deshecho en arrumacos y besos. Después lo he invitado a él a un café en el bar de la esquina y, cuando hemos salido al rellano, he fingido que el ascensor estaba averiado. Tras asegurarme de que no había ningún vecino indiscreto le he empujado por las escaleras. Ha rodado como una pelota desinflada y se ha estrellado contra la pared, un hilillo de sangre ha salido de su boca. Tras esperar unos instantes, sin rencores, he llamado al 061. – Si, rápido, rápido por favor, un accidente, calle Tebas, nº 43.
¡Pobre papá, descanse en paz!. Mañana haré las maletas y volveré a casa. Por Navidad.
Texto: Mar Horno García
Narración. La Voz Silenciosa
Narración. La Voz Silenciosa
Más relatos de Navidad aquí
Ufff! Vaya como has jugado conmigo mientras leía el texto hasta ese inesperado final. Efecto conseguido. Enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias Miguel Angel. Vuelve a casa, vuelve, por Navidad. Un saludo.
ResponderEliminarEs estupendo el relato, Mar, muy bien narrado y resuelto.
ResponderEliminarAlgunos retornos exigen crímenes, qué le vamos a hacer.
Saludos afectuosos.
Muchas gracias Isabel, espero haberte hecho pasar un buen rato. Un saludo.
ResponderEliminarMe has engañado, creí que se trataba de su mujer, jejeje.
ResponderEliminarMuy buena tu historia Mar, muy bien contada y con un gran final.
Besos desde el aire
Mar, me gusta leerte aquí, rodeado de tantos amigos. Buen relsto, e inesperado final. Esa pareja tiene futuro.
ResponderEliminarMe temo que la Conferencia Episcopal ya ha puesto la primera denuncia y este concurso "navideño" tiene los días contados.
Un abrazo
Complejo de Edipo elevado a la enésima potencia.
ResponderEliminarY una excusa magnífica para que mami vuelva a resolverle la vida de forma confortable. Estos hijos...
Muy bueno!!
Enhorabuena por el relato! Como para no volver a casa por Navidad... Ese miniEdipo que todos albergamos y que despierta de su letargo en estas fechas tan señaladas. Muchas gracias. Yo tampoco puedo vivir sin ella...
ResponderEliminarSi es que no puede ser, por tus albóndigas daría mi reino...
ResponderEliminarEstoy con Xavier, Rouco ya está pelín mosqueado.
Rosa, en una primera versión daba algunos detalles y se intuía que era su madre pero los quité por darle más emoción a la cosa. Un beso.
ResponderEliminarXavier, a mí tambien me gusta encontrar mis relatos aquí, donde se entremezclan con los tuyos, a ver si se me pega algo. Un saludo.
ResponderEliminarAna, yo conozco casos así, aunque no llegan a empujar al padre por las escaleras, ja, ja. Un saludo.
ResponderEliminarMiguel, yo también añoro a mi madre, sobre todo los pucheros que hace.
Amando, van a cerrar la convocatoria de "La otra Navidad" pero ya. Muchas gracias por publicar. Siempre es un placer para mí ver mis textos aquí. Un saludo.
Buena historia con sorpresa final. Lo que me gusta es cómo al protagonista todo le parece de lo más lógico, esa prioridad del yo.
ResponderEliminarMuchos saludos
Gracias Mei, es un yo patológico y posesivo. Esta Navidad, no tendrá remordimientos. Un saludo.
ResponderEliminarHe dejado el comentario en "Maremotos" pero vengo aquí para hacer constar que me ha gustado mucho esta vuelta a casa como el turrón, el título le como no podía ser de otra forma... Menos dulces, pero como el turrón. EStás que te sales en tu narración navideña, amiga Mar.
ResponderEliminarBesicos.
Qué final más negro!! Este hombre es de los que nunca quieren irse de casa...
ResponderEliminarMuy buen relato, Mar.
Besos.
Muchas gracias Cabopá, muchas gracias Sara, en La Esfera siempre es dulce publicar y más dulces aún los comentarios. Un beso para ambas.
ResponderEliminarMe temo que la Navidad se está poniendo peligrosamente alternativa. O ¿quizá fue siempre así? ¡Qué angustia, por favor ? ¿y si se ceban con nosotros en unos años? Buen relato, Mar.
ResponderEliminarBesos de mar, te tocan.
Con los hijos que ahora por razones económicas no pueden irse de casa es normal pensar que es el marido que se ha ido. Logras un final sorprendente después de la descripción de un supermachista.
ResponderEliminarEnhorabuena, Mar.
Isolda, este año miraremos con ojos muy distintos las luces, los adornos y las cenas de Navidad. Lo único que falta es una cena de empresa donde haya puñaladas a diestro y siniestro.
ResponderEliminarUn saludo.
Catherine, los hombres siempre son muy machista respecto a sus madres. Un saludo.
Como el calor del hogar no hay nada, aunque este protagonista lleva hasta extremos insospechados sus añoranzas.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos por comentar. Un saludo.
ResponderEliminarJeje, Mar. Como nos induces a creer lo que no es. En la segunda lectura se aprecia el cuidado en decir. Navidad en rojo y con mamá. Buen trabajo
ResponderEliminarCreo que ya te lo dije, pero es igual. Muy bien ese final, sorprendente y de ninguna manera el esperado. Muy bueno.
ResponderEliminarBesitos
Sorprendente Mar. Ha sido un placer leerte hasta el final, pensando en quién era ella. Y si al final lo adornas tirando el otro por la escalera ...¡buf!, ¡qué antinavideño!.
ResponderEliminarAbrazos.
Sorpresa hasta el final, y... ¡vaya final! Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios Ximens, Elysa, Laura, Yolanda. Un placer recibirlos en La Esfera.
ResponderEliminarUffff, me has hecho sufrir!!!!
ResponderEliminarQuisiera creer que aún está vivo, aunque es mejor que no, él sabe lo que hizo su hijo....
Extraordinario cuento, Mar, mis felicitaciones
Un abrazo
Hay hijos que son como garrapatas, se agarran a la chepa de mamá y matan por unas albóndigas.
ResponderEliminarMe reí mucho.
Abrazos sin empujones.
Muchas gracias Patricia. Yo creo que papá descansa en paz. Un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias Lola. Me alegra mucho haberte hecho reir. Es lo que pretendía el relato. Un beso navideño.
Como el turrón, pero de alicante, del duro. A mí que no me gusta demasiado el turrón, pero este relato me ha sabido a almendras amargas y hormigón y lo he degustado como un rumiante, primero de golpe para despues volver a él poco a poco. Un acierto de relato.
ResponderEliminar