Me cruzaba con él casi todas las mañanas, camino del trabajo, al atravesar apresurado la calle 41, su territorio de influencia y hábitat particular. Absorto en sus pensamientos, siempre con la cabeza gacha y la mirada perdida, como si el suelo fuera un abismo insondable. Rumiaba frases y su discurso dejaba escapar de vez en cuando una sonrisa inocente que delataba el anhelo de una felicidad que nunca pudo alcanzar. A simple vista, con aspecto andrajoso, barba descuidada y kilos de sobra para repartir por el barrio, se trataba de un personaje más de los que pueblan el espectro de los marginados sin techo de cualquier ciudad. Nadie en su sano juicio hubiera apostado un céntimo por la suerte de un individuo tan prescindible, cuya trayectoria en la vida se presentaba a todas luces corta y anodina.
El destino quiso que nuestros caminos se entrecruzaran en una fría mañana de otoño. La urgencia y las prisas por no llegar tarde a mi trabajo se dieron de bruces con su despiste e introspección, provocando
un encontronazo entre ambos en plena acera, del cual salió bastante más perjudicado él que yo: tumbado en el suelo tras tropezar con mi torpeza, con un vaso de papel vacío a su lado y los restos del que supuestamente iba a ser su líquido desayuno, desparramados por los adoquines. Aceptó mis disculpas a regañadientes, con un talante huidizo y esa sensación de animal acostumbrado a ser humillado que impregnaba cada uno de sus actos. Tan sólo contemplé en su cara una cierta satisfacción cuando decidí compensar mi atropello, invitándole a un café y un bocadillo en el bar ante el que se había producido el incidente.
un encontronazo entre ambos en plena acera, del cual salió bastante más perjudicado él que yo: tumbado en el suelo tras tropezar con mi torpeza, con un vaso de papel vacío a su lado y los restos del que supuestamente iba a ser su líquido desayuno, desparramados por los adoquines. Aceptó mis disculpas a regañadientes, con un talante huidizo y esa sensación de animal acostumbrado a ser humillado que impregnaba cada uno de sus actos. Tan sólo contemplé en su cara una cierta satisfacción cuando decidí compensar mi atropello, invitándole a un café y un bocadillo en el bar ante el que se había producido el incidente.
Y así, entre mordiscos a un sándwich de jamón y queso y sorbos de café, fue desgranando su vida ante mí con lentitud, orgulloso de tener por fin delante a un interlocutor que no miraba su aspecto con desprecio. Descubrí al ser humano escondido tras esa imagen descuidada; el que disfrutaba coleccionando bolsas de plástico de diferentes colores y tamaños; el que acudía a la estación de tren cada tarde para respirar ese olor metálico tan característico y agradable a su sentido olfativo; el que se tumbaba boca arriba en el césped del parque con la única intención de ver pasar las nubes… Un personaje cercano y convencional, con el que la vida no tuvo compasión y condenó desde muy joven a la oscura prisión de la marginalidad.
Hace una semana me abofeteó la noticia y su foto en un periódico local: lo encontraron colgado en un solar abandonado. Se había quitado la vida fabricando una soga con fragmentos de ropa y trapos viejos; ni siquiera tuvo la ocasión de acabar con sus días en condiciones, sino rodeado de escombros y con una cuerda miserable e improvisada. Fiel reflejo de su existencia…
Texto: Miguel Angel Díaz Fuentes.
Narración: La Voz Silenciosa
Narración: La Voz Silenciosa
Un golpe a la conciencia. ¿Quién no ha evitado la mirada, quién no ha hecho oídos sordos a la llamada, quién no ha pasado de largo ante un cuerpo recostado en una esquina?
ResponderEliminarTenemos el corazón tan endurecido, nos da tanto miedo la miseria, que preferimos despreciarlos e ignorarlos.
La "inocencia" de la ignorancia.
Saludos
Creo que todos hemos pensado alguna vez cuando los vemos ¡Ojalá no me vea nunca en esas circunstancias! Todos los indigentes tienen una historia oculta de desgracias. Ahora vivimos tiempos difíciles hay mucho paro y muchas personas que están pasando necesidad. Es bueno acordarnos, de vez en cuando, que la vida es difícil para muchos. Enhorabuena Miguel Angel.
ResponderEliminarMiguel Ángel, buen texto. Me gustan las historias de la gente perdedora. Las historias victoriosas y el éxito falso, ya lo fomentan los medios.
ResponderEliminarPero me vas a permitir un pero. La frase "el destino quiso que nuestros caminos se entrecruzaran en una fría mañana de otoño" me ripia en este texto. Es una frase manida y mil veces empleada. A veces nos dejamos llevar por este tipo de coletillas literarias.
Esta Esfera debe ser un punto de intercambio de experiencia de escritores, que nos ayude a perfeccionar nuestros textos. La crítica constructiva nos hace crecer.
Felicidades
Muchas gracias por vuestros comentarios. Es verdad que todos hemos mirado para otro lado en alguna ocasión con el desasosiego golpeando nuestra conciencia, ante la presencia de alguno de estos personajes. Nos engañamos a nosotros mismos ignorando el problema...
ResponderEliminarEfectivamente, FranCo, el cerebro nos juega malas pasadas y recurre a la rutina para insertar frases o expresiones muy trilladas. La critica constructiva y razonada nos ayuda a descubrir algo que no habríamos averiguado por nuestros propios medios. Gracias y un saludo
Cuántas historias se agazapan detrás de esos desheredados de la vida y qué difícil es que alguien se tome la molestia de considerarlos siquiera como seres humanos.
ResponderEliminarMe ha conmovido.
Un abrazo
Ay, que La Esfera soy yo, Ana J.
ResponderEliminarEsta cabeza mía....
Más abrazos.