17 marzo, 2012

La gran tocha


Nací con un olfato privilegiado. Cuarenta y dos centímetros de prolongación nasal tuvieron la culpa. Hubiese preferido tener esas dimensiones en otro lugar como John Holmes o Nacho Vidal, pero así de cruel es la genética. 
Desde pequeño me olía los problemas a kilómetros de distancia. En cuanto percibía el hedor del cáñamo y la goma usada, sabía de antemano, que mi madre venía con la zapatilla a saldar viejas cuentas por alguna trastada. 
En el colegio muchos niños se burlaban de mí a todas horas. Me llamaban Cyrano, Pinocho, Elefante y me comparaban con el hombre pegado a una nariz del soneto de Quevedo.
Con todo, tener un miembro tan largo y afilado constituía una gran ventaja: cuando iba con mis amigos a pescar no necesitaba caña. Tampoco requería de espada en las clases extraescolares de esgrima. 
Pero fui creciendo y mi protuberancia constituía un problema para las chicas. Me veían como

un ser defectuoso, con tara. Algunas veces al intentar ligar creían que yo era un oso hormiguero que solo quería olerles las bragas. 
Así las cosas, volqué todas mis energías en los estudios. Preparé las oposiciones y saqué la plaza para ser policía. Empecé desde abajo, codeándome con los perros en las aduanas. Olfateaba la droga mejor que cualquier chucho rastreador. Localizaba la farlopa, el hachís, la maría y la heroína. 
Me asignaron a la DEA. En unos meses ascendí tan deprisa que me convertí en una celebridad en los medios de comunicación de masas. Un productor de Hollywood me ofreció mi propio programa de televisión: Napias. El reality fue todo un éxito. Me convertí en una celebridad en todo el mundo. 
Las mujeres guapas se interesaron por mí. Las narices grandes se pusieron de moda. Florecieron las clínicas de estética que ofrecían operaciones de nariz. Los hombres y mujeres pasaban por el quirófano. Me idolatraban. Deseaban tener mi dimensión nasal.
Me aficioné a las fiestas, los excesos y las drogas. El éxito fui mi ruina. Debí olerme que algo iba mal. Cuando quise darme cuenta ya era tarde. Caí en una depresión. El psiquiatra me confesó me que sentía frustrado porque ahora en todo el planeta la gente tenía mi nariz.
Ayer me arranqué de cuajo el tabique nasal. 
Hoy, soy feliz.


Texto: Rubén Gozalo
Narración: La Voz Silenciosa
Más relatos "Con un par de narices", aquí

8 comentarios:

  1. Una vida de narices, narices de éxito para un final de declive por no poder soportarlo...

    Un relato ágil y muy bien trazado.
    Felicidades al autor.

    Besicos

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  2. Un original relato con final trágico, bueno, no tanto, él queda feliz, a mi si me resulta tragíco quedarme sin nariz.

    Mantiene la atención en el relato todo el tiempo, me gustó mucho, mi felicitación para el autor.

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  3. Pues yo creo que esa enorme nariz le ha proporcionado una vida muy intensa y que gracis a ella hoy es feliz. Cosas de la vida. Muy bueno. Enhorabuena.

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  4. Muy bueno, todo el relato despierta el interés y divierte, por ponerle un pequeño pero -para mí- el final no está a la altura del resto del relato, pero me ha encantado, eh.

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  5. Una historia de voluntad y logros, solo frustrados por esa vulgarización que conlleva el éxito.
    Menos mal que nuestro narizotas tiene soluciones para todo.

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  6. Me gusta, primero inquieta y luego atrae con humor, un placer leerte, saludos.

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  7. Muy bueno Rubén, si consiguió ser feliz después de tantas narices... hay que darle un premio a ese hombre.

    Un abrazo

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  8. La felicidad huele bien, dicen. En su caso, con tal nivel, olerá aún mejor.

    Un saludo

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