06 abril, 2012

Aceptarse uno mismo

Como de costumbre el elevadísimo timbre del despertador hizo que Lucas reaccionara dándole un severo manotazo; acabó por el suelo hecho trizas y él, con el habitual mal humor mañanero.
Tras unos minutos haciéndose el remolón consiguió despegarse de las sábanas y apoyar el pie derecho primero, luego el izquierdo. Un bostezo. Otro más. Y sentado en la cama notó que le costaba más de la cuenta mantener la vertical, se inclinaba hacia delante por un peso desconocido procedente de la parte central de su cabeza. Se tocó y ahí pegado había algo que no era suyo. Con esfuerzo se puso de pie y haciendo equilibrios llegó hasta el baño. Al encender la luz y cuando sus ojos enfocaron vio frente al espejo que un enorme apéndice nasal le había crecido durante la noche. Se pellizcó por si fuera una pesadilla mas lo único que consiguió fue hacerse daño. De manera refleja se acercó un poco para verse mejor pero su gran nariz chocó con el espejo. Era desproporcionada, de las que asombran, mayor que la palma de su mano, rígida, ósea salvo en la punta que a modo de colgajo caía dividiendo su rostro en dos. Lucas palideció, se mareó, respiró con dificultad y con la espalda pegada a la pared pensó que el mundo se le venía encima. ¡Cómo salir a la calle con semejante despropósito! Pasó un tiempo, quizá horas y decidió finalmente asomarse a la ventana para que le diera el aire. De lado, para no chocar con las cortinas divisó una mujer con un solo ojo en mitad de su frente que cruzaba la avenida, en un banco del parque paseaba un abuelo con dos orejas como las de un elefante, un niño con cuatro piernas corría detrás de una pelota, una señora sin boca y piel azul sostenía las bolsas de la compra y a punto de entrar al portal, el vecino de al lado, lucía una gigantesca joroba. Quizá él sólo fuera uno más en el barrio.

Texto: David Moreno Sanz
Más relatos "Con un par de narices", aquí

11 comentarios:

  1. Con perdón, el texto es mío. El de Miguel, será el siguiente...

    ResponderEliminar
  2. Me ha encantado David, cómo se va diluyendo la desgracia de tener una nariz enorme cuando ve que los demás también tienen lo suyo. Varias lecturas le puede sacar uno, hasta moraleja y algunos refranes como Mal de muchos consuelo de tontos o En el país de los ciegos el narigudo es el rey. Je, je. Un abrazo. (Yo creo que tengo un minúsculo cuerno en la cabeza que ayer no me notaba).

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno David.
    Las desgracias, si son compartidas, caben a menos. O eso o pasó una noche loca y es la resaca.
    Un abrazo indio.

    PD. Pensaba: juraría que había clicado en el de David...

    ResponderEliminar
  4. Siempre es más fácil aceptar las propias peculiaridades si estas son más o menos asumibles por la comunidad.
    Me ha divertido.

    ResponderEliminar
  5. ¡Qué final! Me ha tomado por sorpresa, una excelente sensación.

    ResponderEliminar
  6. Me voy al espejo a ver qué descubro... Me hizo reír y al final, pensar. Todos tenemos algo ¿O no? Saludos

    ResponderEliminar
  7. Muy buen cuento, David. El final, como dice Verónica, totalmente inesperado.

    Saludos

    ResponderEliminar
  8. Sí, al compararse con los demás ya no es tan grande el susto.

    Besitos

    ResponderEliminar
  9. Está claro, nada es absoluto. Mejor siempre relativizar cuanto (nos) sucede.

    ResponderEliminar
  10. ¡La relatividad se viste de fiesta en tu cuento!
    Un cuento original.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  11. Un gran final.

    Besos desde el aire

    ResponderEliminar

Gracias por contribuir con tus comentarios y tu punto de vista.

Los componentes de La Esfera te saludan y esperan verte a menudo por aquí.

Ésta es tu casa.