29 marzo, 2015

¡Las paredes me contaron su rollo!

Todo fue casual. Fue cámara del móvil en mano.

La semana pasada les hablé de mi enfermedad por los lugares abandonados. Al día siguiente me topé con una experiencia que les voy a compartir.


Siempre, en estos lugares, esperas encontrarte con alguien - el dueño, a un indigente, un animal, un vándalo o un muerto...-. La oscuridad del interior frena mi pasión de conquista. La vences y la humedad te da la bienvenida. Algunas gotas caen en mi cabeza, afuera ha estado lloviendo, el techo ya no protege igual. La inquietud te da la mano. Hueles y escuchas. Miras y comienzas a disparar. Los objetos y las paredes empiezan a contarte la historia de lo que tienes delante. Entra un rayo de sol por la puerta. Todo se hace un poco más amigable. Un gran armario te invita a que lo abras. Dentro habitan una vajilla y la cubertería. A su lado una mesa. Interpretas que los antiguos moradores comían en ella. Debían de ser mayores por el estampado de las piezas. A la gente joven le gusta otro tipo de platos. Miras en busca de fotos, quedan pocos objetos personales. Hay muchos productos de limpieza. Una botella de agua a medio vaciar te da la pista de que no hace tanto tiempo que la casa permanece huérfana. Cohabitaban cucarachas. El “Oro Matón” olvidado en un lugar poco frecuente lo revela. Vivían dos. Dos personas mayores vivían en la casa. Estoy seguro. 


...
Al pie del espejo del lavabo dos vasos boca abajo me dan la pista. Cada mañana se lavaban la cara mirándose en el cristal ya amarillo. La presbicia y la opacidad de espejo ayudaban a disimular el paso del tiempo y las arrugas de sus rostros. La casa tiene una distribución sin puertas. Sus habitantes debían de esconder pocos secretos. O no disponer de ellos. Me falta el dormitorio, ¿dónde está?. Al final de la pequeña estancia hay lo que parece una habitación que sí tiene por puerta una cortina. No quiero tocar esa tela. Han sido muchas las veces las que otras manos la corrieron. No quiero encontrarme con alguno de los antiguos moradores muerto sobre una cama. Lo dejo para el final. Sigo disparando. Reparo en el contador de la luz. A su lado el plomo. ¿Cuántas veces se habrá fundido y cuantas veces lo habrán maldecido? Hablar del plomo a la gente joven es como hablarles de cuando se encendía el fuego frotando una madera. Se respira mucha humildad. Huele a complicación para cada mes reunir el dinero con el que pagar la factura de la luz. Uno de los pocos lujos de la casa. ¡No me olvido del dormitorio! En una esquina descansan botellas con etiquetas añejas. Un flash me trae la imagen de dos ancianos sentados sin hablar uno frente al otro en la mesa de la entrada. Comparten vino en cada almuerzo. Llevan décadas casados. La salud se marchó hace años. Me reclama el dormitorio. La cortina estampada sigue impidiéndome el paso. La corro con mucho recelo. Frente a ella dos camas...  Sin muertos. Respiro. Allí descansaban. Allí dormían la siesta tras los silenciosos almuerzos. En esa habitación solo se escuchaba alguna vez un «buenas noches». Ni haciendo un esfuerzo puedo imaginar sexo. Miro al suelo, hay mucha ropa tirada. El Corte Inglés siempre omnipresente, también llegó hasta esa casita. Una bolsa del establecimiento duerme en el suelo. Tal vez en su momento portó un regalo comprado con sacrificio. Disparo, disparo y disparo. Apenas busco encuadre, arte fotográfico, estética. Solo escucho y las paredes me dicen «no te vayas aún que tenemos muchas cosas que contarte» Y salgo de la casa como cuando a una gallina le cortan la cabeza. Me voy con las memorias llenas de imágenes -la de la cámara y la de mi cabeza- También de sensaciones y hasta de olores. Miro hacia atrás por última vez, y tras unos cristales inexistentes de la única ventana de la casa, alguien me dice adiós. Sé que me lo estoy inventando. Lo sé. Pero estoy seguro que sucedió de igual manera. Un día uno de los habitantes partió definitivamente y el otro con el tiempo se marchitó, partiendo a su encuentro y dejando huérfano el techo que los cobijó y que fue testigo de un amor silencioso y humilde.

Y ahora te pregunto... ¿qué te sugieren las fotos? ¿Te aventuras a esta enfermedad?

Comparte si te gusta. Hasta el próximo Editorial del domingo
Artículo: Francisco Concepción

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