24 marzo, 2015

Madreselvas

Deberé pensar entonces que en verdad el butacón necesita arreglos, quizás una tela nueva bien ajustada, nada de pliegues, ni de adornos. Una le llega a coger cariño a una butaca, porque una se siente protegida, y para completar el grado de satisfacción, el chismorreo de los rescoldos que quedan de los troncos de madera, con miríadas de pequeños meteoritos saliendo disparados a este lado y al otro, parecieran un coro de feligreses en la misa de los domingos…

¿Puedo coger el cuchillo que corta pero, no?

Me ha venido ese recuerdo infinito a la cabeza; las vocecitas rebotaban en la casa y parecían algodones de azúcar moteado: ¡Campanillas, campanillas sus voces!. Los ojitos vivarachos de los niños oteando. ¿Potrillos quizás? Realmente hermosos potrillos.
Alguien me ha dicho que en el bosque de los arapahoes corren peligros, sonreí a los niños guiñándoles un ojo, como si en verdad ellos, los arapahoes, acamparan en ese bosque de madreselvas y demás hierbas y guijarros. Por lo tanto, cuán espléndido el mundo de los sueños infantiles: Hadas, bosques encantados, guerreros del antifaz, lianas y bergantines alrededor de esa fuente del patio.
Posiblemente un azul intenso le vendría bien, distintivo, señorial, definitivamente no compraré un butacón nuevo, de modo que, no importa el tiempo que pueda durar con su nueva capa ¿Tiempo? ¿Qué es el tiempo?, deberé pensar entonces que no pueda haber un determinado espacio donde se cuenten las horas o, de qué modo pueda entender el tic, tac, de ese reloj; será pues un gran butacón, aquí un jarrón de margaritas silvestres, allí en la encimera dos o tres fotografías y los libros apiñados en dos baldas, con historias suculentas entre sus hojas, algunas amarillentas y rugosas, con las huellas de quienes quisieron transitar por ellas…,

–Heribert dice que las tareas se han de llevar impolutas cada día, dijeron al tiempo.

–Tal vez las rosquillas y la leche primero y después las tareas de las clases.

La constelación de Orión abarca el cielo plegado de miles de farolillos, es un espectáculo, es digno de observar y no es raro quedarse perplejo, inmutable ante una obra de arte de tal calibre…
Una piensa en tantas cosas cuando se precipita el cielo ante sí: Los mirlos en la copa de los árboles, los niños jugueteando por entre los parterres, las mochilas, los bocadillos.
Hay veces que no merece la pena quitar ni una brizna de polvo que haya en la encimera o, en los cuadros, o en esos soldaditos sentados, es tanto lo que se ha quedado dentro…,

Texto +Maria Estevez 

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