31 marzo, 2015

Puntos de vista

Me pongo las gafas de lejos, para la distancia y extiendo mi cuerpo como un junco de la impresión. Abanico el tenedor con un movimiento involuntario y se lo clavo al camarero. He propinado una patada en la espinilla a la bella sentada enfrente mía, mientras el vaso de vino blanco se derrama entre la chistera que guarda su magia. La bandeja como una bandera izada en medio de un huracán, inunda el ambiente de cocktails de colores, fuegos artificiales húmedos, que de nuevo enfrían el truco y el vestido que lo oculta. Disculpas balbucientes entre sonrisas alejadas y exabruptos cercanos. Con la servilleta torpemente acaricio secando sus manos ajadas, con venas negras, grandes entre huesos y sin vida en ellas. Agachado en el suelo, arrodillado, veo sus tacones esbeltos, mis fetiches, atrapando unos pellejos arrugados cubriendo deformes muñones que se estiran hacía la minifalda, antes ajustada y ahora lacia cubriendo unos fÃ! ©mures con tanta carne como las del emblema pirata. Vomito. Un sudor frío baja la fiebre de mi sexo. Me quito las gafas para secarme el vino, el sudor y el miedo; y todos los fluidos de la habitación como imantados se apelotonan en mi pene. Otra vez, todo su idolatrado cuerpo se aplasta en mis ojos, sus pezones clavados en mis pupilas y su sanidad como una ONG revolviendo todos los jugos entre mis papilas. Trastabilleo y me pongo las viejas, de cuando el colegio. Mis mejillas me arden mirándola con su flequillo cubriéndole la pubertad.

Texto: Ignacio Alvarez Ilzarbe

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