La garganta del barranco no era una zona de cuervos. Más bien estos solían frecuentar lomadas más altas, alejadas de aquel lugar, y donde crecían los jarales. Por lo que la muchacha cuando avistó a la bandada de pájaros negros sobrevolando el desfiladero, no pudo evitar percibir en ello un mal presagio...
Dos hombres bajaban por el sendero del barranco. Iban con prisa, y no por acortar el tiempo de vuelta amenazado por el atardecer, sino por huír veloz de aquel lugar y de su gente. Dejaban atrás la aldea a la que habían llegado hacía unos días con la intención de inspeccionar y valorar sus bienes. Era un poblado aislado rico en pastos y frutales, de alegre prosperidad, y cuyas gracias había dejado enardecidos a los dos hombres. Sin embargo, ellos con el fin de prodigarse con aquel que los había contratado, habían optado por responder al buen acogimiento de la aldea con una actitud exigente y autoritaria. Sólamente se vieron alterados sus pretenciones ante la presencia de una muchacha. Ella estaba sentada en un rincón de la habitación, y mientras el hombre más alto y rubio hacía afan por inventariar su casa, ella lo embestía con una mirada desafiante e impetuosa propia de su juventud. Tenía los ojos negros, y vestía prendas prietas y varoniles. El hombre no podía dejar de mirarla, y de seguirla tras sus movimientos.
En el valle solía reinar un silencio hueco roto a veces por los graznidos de las aguilillas, o por los balidos del ganado. La muchacha silbaba con sus dedos regordetes, y luego saltaba ligera como un podenco haciendo sonar sus pulseras y abalorios. Fue el sudor de su cuello, el olor que desprendió al levantar el pelo lo que terminó por enloquecer aquel hombre. Entre los dos la atraparon, y a golpes la aplastaron contra la tierra dejándola al final quieta y muda. Y la abuela, la vieja, se acercaba con gritos y sollozos, y levantaba violentamente su palo amenazándolos. La gente comenzó a salir de sus casas, y ellos echaron a correr mirando atrás, e intuyendo que jamás saldrían de allí.
La tarde avanzó y con ella la niebla que se desbordó como una catarata. Los dos hombres se encontraron de pronto inmersos en la bruma, colgados en aquel abismo del barranco, y ciegos. Los aleteos de unas aves comenzaron a sonar sobre sus cabezas, luego sus garras quisieron posarse sobre ellas, y a picotazos los hicieron caer; primero uno, después el otro. Y gritaron, los alaridos se escucharon hasta el amanecer.
Me encantó. Perfecta esa descripción del lugar y de lo que aconteció.He podído sentir muchas de las sensaciones que transmites.Un saludo
ResponderEliminarErato, Tener un lector en La Esfera como tu es un honor. Esperamos que sigas entre nosotros.
ResponderEliminarGracias erato. Me alegro que te haya gustado. Saludos para ti también.
ResponderEliminarEl sonido de pulseras y abalorios, el aleteo de aves... muchas imágenes que se huelen y que se pueden escuchar en este texto.
ResponderEliminarDefinitivamente dácmar me gusta tu texto
Y es que el olor influye sobremanera en nuestra forma de reaccionar.
ResponderEliminarEn este caso es el detonante de una execrable acción.
Muy bien narrado.
Saludos,
Anabel, la Cuentista
Cada vez que leo el texto me gusta un poco más. También me gusta lo de Dácmar. Me gusta.
ResponderEliminarTerrible, terrible. Más terrible aún en la distancia desde que lo leí la primera vez.
ResponderEliminarEsos cuervos, justicieros, vengadores... impresionante.
Espléndido texto.
Esto es pura bazofia y aquí se sigue siendo muy hipócrita en los comentarios... Creo, sinceramente, que se está perdiendo valor literario por este lugar... de verdad.
ResponderEliminarAlgunos son tan valientes como los cuervos y se presentan de cara.
ResponderEliminarNo merece la pena escuchar graznidos.
Cuando a uno le cierran la puerta en la cara... se queda sin ella,jaja. En serio, graznando o no, pero siempre de forma natural, simplemente digo que esto hace un tiempo que lo veo más soso. En cuanto a la hipocresía, pues ya se sabe, tengo mis teorías, como todos, supongo.
ResponderEliminarNo lo había vuelto a leer, ahora me quedo con más imágenes y matices. Parece una constante en tus textos la utilización del paisaje, donde la fauna, en especial las aves, toman un protagonismo relevante. Pero, no es un paisaje para contemplar, no es esa una imagen bucólica pastoril, no, es un paisaje que habla, donde se presiente una tensión contenida, que nos intenta advertir de algo, un peligro. En este texto, que nos recuerda a Alfred Hitchcok y su film "Los pájaros", el castigo o la venganza viene dada en forma de cuervos negros que masacran sin piedad a los culpables, rompiedo la quietud, la tranquilidad, y la belleza serena de un paisaje que se transforma en medio de la niebla.
ResponderEliminarTexto fiel a ese estilo que tanto te define. Me encantó. Un abrazo.
PD: A veces creo que me invento las cosas por un momento creí ver/leer también lobos solitarios aullando, esos si me dan pena.
Auúuu.
ResponderEliminarFdo: Hermann Hesse
ResponderEliminarGracias a todos por los comentarios. Me gratifican, de verdad..., y más viniendo de ustedes. Lo lobos no estaban presentes en ese paisaje, pero quién sabe, tal vez sí aullaran antes del alba, y a la luna solitaria.
ResponderEliminarJaja, me troncho con anónimo, con quien coincido -en el contenido-.
ResponderEliminarEste espacio esta falto de movimiento o agilidad creativa. A mí no me importa dar la cara.
Estoy de acuerdo, Marcos. Es increíble la forma en que Dácil utiliza la naturaleza para que sea el decorado de sus historias. Una naturaleza que a simple vista puede parecer idílica, amable, y que encierra un fondo inquietante, que subraya las pasiones más amables y las más abyectas, que a veces cobra vida propia y se convierte en protagonista absoluta del relato.
ResponderEliminarSe me ocurre traer de nuevo sus relatos Un pico pegado a un pájaro y El silencio de los pájaros, dos buenos ejemplos de su personal estilo.