Bajó los escalones con sus pequeños pasitos asustados, cuidando que sus piececillos desnudos amortiguasen cualquier ruido.
El monstruo que a menudo la acechaba detrás de las cortinas estaba dormido, repleta su barriga peluda de huesos de niños y gatos. Seguro, seguro, eso era seguro. Porque no aparecía su Mariquita Pérez ni su gatito de peluche, ése que encontró en el armario cuando se mudaron a la casa de la abuela.
En su habitación hacía demasiado calor. No podía dormir con las ventanas abiertas y la luna se colaba hasta su cara y saltando de pared en pared y despertaba a los duendes que viven entre las grietas del enfoscado.
Así que aprovechó que el monstruo dormía para salir de su dormitorio y recorrer la enorme distancia que por la noche separaba su cuarto del de su abuela. Con el corazón temblando y las manitas tapando el pecho con fuerza para disimular el ruido, llegó al salón.
Sólo unos metros más y llegaría a la habitación de la abuela, ya podía ver la puerta,
entornada, casi podía olerla, oírla rebullirse en la cama, suspirar en sueños.La luna entrometida se deslizó a través de los calados de los visillos y la delató, chivata.
Su imagen flacucha se reflejó en los cristales de la vitrina, distorsionada y cambiante con la luz de la luna a su espalda, entremezclada, rota y recompuesta con las siluetas de las muñecas que se apilaban dentro.
Guiñó los ojos para verse mejor, para comprobar que realmente la mancha que resbalaba, vacilante, por la superficie transparente y brillante del mueble era ella. Alzó un brazo, lo movió a un lado y otro y siempre estaba allí, descompuesta en pedazos de sombra, pero ella misma. Una muñeca más entre las muñecas.
Tocó las aristas de la vitrina, notó el frío del vidrio y aplastó la nariz contra él para ver mejor lo que había dentro.
Muñecas de porcelana, de trapo, de cartón, articuladas, de cabellos casi naturales, de mejillas pintadas, grandes, chicas y medianas, extranjeras algunas, muy antiguas otras. Unas sobre otras, unas junto a otras dándose calor, cuchicheando entre sí los secretos de la casa y los visitantes, recordando todo lo que pasó, testigos de tantas idas y venidas que nadie podría imaginar.
Pegó la oreja, casi podía escuchar con nitidez sus susurros, las historias y cuentos que se estaban contando. Y, de repente, se formó un terrible alboroto, siseos y crujidos de alerta.
Se apartó con rapidez, asustada. La luna chivata la había delatado.
El frió trepó por sus piernecitas hasta el pecho y los brazos. Temblaba, no sabía qué hacer, las lágrimas la atragantaban, indecisas.
Las cortinas se removieron, el monstruo la había descubierto. Su sombra terrible reptaba por las paredes y las baldosas del suelo, su aliento helado la perseguía, su gruñido de hojarasca la dejaba paralizada.
Las muñecas se retorcían en sus estanterías, la llamaban con grititos sofocados, le indicaban por dónde podía escapar, pero no se ponían de acuerdo y la pequeña no sabía hacia donde ir, mientras el monstruo se acercaba, oscuro y frío, su silueta informe ocupando la habitación.
El monstruo alargó su garra espantosa, rozó sus piececitos, subió por sus piernas. Entonces, la vitrina abrió su puerta con un bostezo desafiante, la luna traidora reflejada en ondas de acero en su cuerpo de agua sólida.
-Vamos –le urgió con su voz hecha de mil recuerdos-, no tengas miedo.
Las muñecas se apretujaron para hacerle sitio.
- Corre, corre -susurraban desde sus labios cerrados.
Allí estaba Mariquita Pérez, sonriéndole, haciéndole señas para que trepara hasta su repisa.
- ¡Pues no se la comió el monstruo! –pensó, alborozada.
Y las lágrimas desaparecieron y ya no temblaba.
Y recordó que sólo había salido a dar un paseo, que su lugar estaba allí, a salvo entre las paredes firmes y transparentes de la vitrina, cortantes y protectoras. Memoria entre tantas memorias, testigo de juegos y palizas, comidas, secretos mal guardados, decepciones y sueños, cuentos y besos que todo lo curan.
Apartó a la marioneta para ocupar su rincón. Se sentó con las piernas abiertas, los brazos sobre el regazo y los ojos muy abiertos. Y se burló en silencio del monstruo de sombra de luna que se estrellaba, impotente, contra la puerta de cristal de la vitrina.
Texto: Ana Joyanes
Para Marimargon, Mary, con todo mi cariño
oh por Dios, precioso, perfecto! me has transportado a mi infancia con este relato, y la Mariquita Pérez que siempre me estuvo mirando moviendo sus ojos lentos sobre la cama, te ha sonreído también...
ResponderEliminarMuchas gracias, Adriana. Me alegra mucho haber podido traerte un pedazo de infancia.
ResponderEliminar"Yo quiero luz de luna para mi noche triste, para cantar divina la ilusión que me trajiste..." La luz de luna también trae alegrías...Entrañable relato.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me imagino que para escribir literatura infantil (llegar al alma de los niños)hay que tener unas cualidades especiales, éstas no deben ser sólo técnicas, sino tiene que tener mucho de humanidad.
ResponderEliminarComo si fuésemos niños, nos engañas, nos metes el miedo en el cuerpo, asustándonos; con el corazón en un puño, contenemos la respiración para no delatarnos, y cuando ya la cosa promete convertirse en un fin trágico, sin vuelta atrás, descubrimos el engaño entre sonrisas, por fin podemos dormir. El texto nos obliga a prestar la máxima atención, como si nos estuviesen hablando al oído, despacio, tan tiernamente, con esa riqueza léxica y esas inteligentes imágenes poéticas. Sin duda sabes darle el punto dulce sin que resulte empalagoso, cocinando todos los ricos ingredientes hasta conseguir el punto de caramelo.
Qué difícil debe resultar escribir para los pequeños, llegar hasta el alma de los niños. Después de leer este exquisito texto uno comprueba que a uno, aún le queda algo de niño.
Enhorabuena
Si, un relato precioso que a todos nos hace falta. Y digo falta, porque creo que la mayoría de los mortales necesitamos sentirnos protegídos por esa vitrina, quizá virtual ó quizá real.No lo sabemos. Y es precisamente eso, lo que nos empuja a seguir viviendo, porque, no nos engañemos: la ralidad y la fantasía, como es este relato, a veces van muy unidas. ¡¡Claro que todos nos hemos sentido como esta niña/o¡¡: Temerosos, titubeantes, indecisos, miedosos, incapaces de poder comunicarnos con los demás, pero el monstruo no solo está en los entresijos del enfoscado. Ya me gustaría a mí que fuera así, está en nosotros mismos. No es que hayamos encontrado a la Mariquita Pérez para que nos proteja abriéndonos la puerta de la vitrina, no, hemos encontrado algo muy distinto: Nos hemos encontrado a nosotros mismos. Ella no tuvo tiempo sificiente para llegar a la habitación de su abuela. El pasillo era muy largo y el viento arreciaba escandilzándo las hojas casi soterradas sobre el suelo húmedo del otoño, quiero pensar, pero también pienso que quizá era mejor llegar al final ( a la abuela), porque el monstruo, antes o después, tendré que conocerlo. A todos, creo yo, nos ha pasado lo relatado aquí. ¿Quién no vió en aquellas cortinas de nuestra habitación, decoradas con arabescos extraños, colores no bien definidos, a monstruos de todos los tipos y colores?. Cuando en una rama de la flor estampada en la misma, podíamos ver toda la red virtual que ahora nos ofrecen sin el esfuerzo de la imaginacón. ¿Nos parece poco?, No, creo que no. Este relato es el sueño de una niña/o, pero hemos de reconocer que sigue siendo, a pesar de que muchas personas, por imperativos sociales , políticos y económicos, digan que no, una realidad, tengamos la edad que tengamos. No importa seguir soñando. Dios nos guarde cuando perdamos esa ilusión de soñar.
ResponderEliminarNuestros temores infantiles hermosamente contados, y muchos recuerdos que afloran leyendo estas líneas.
ResponderEliminarMuy bonito cuento Ana, escribes muy bien.
Muchísimas gracias, Flamenco, Marcos, Moisés, Inma.
ResponderEliminarMe habéis dejado asombrada y agradecida por vuestros generosísimos comentarios.
Un abrazo
Redundo en varias cosas de lo dicho. Tiene que ser complicadísimo escribir literatura infantil. Como tan bien señala Marcos, se trata no sólo de técnica (que también), sino de humanidad, de un corazón que lata al unísono o al mismo nivel que el corazón infantil.
ResponderEliminarEnhorabuena por este texto, me parece muy bueno
Amando, la literatura infantil es un estado de ánimo, una posición en la vida...para escribir y llegar a los niños tienes que sentarte en el suelo, pintar con colores, recordar códigos perdidos. Y nunca escribir desde la teoría, si no te metes en su mundo olvídate. Creo que nadie que no tenga hijos o haya tenido contacto con ellos puede llegar.
ResponderEliminarNo olvidar que desbordan inteligencia...
Mis primeros escritos iban dirigidos a ellos. Mejor dicho a mi hija. Y cuantas satisfacciones me produjo. Ahora creció y partí de ese mundo, desgraciadamente.
Es un relato genial, un auténtico cuento de miedo infantil, aunque sólo los adultos percatemos la memoria entre tantas memorias la cruel realidad del otro lado de la vitrina, y más miedo nos da.
ResponderEliminar