Llegados en una nave de color canela (algo parecido a un kiwi pero del tamaño de un campo de fútbol), los once miembros de la primera comisión alienígena que arriba a La Tierra (unos hieráticos seres de unos seis metros de altura, con la piel como corcho quemado y vestidos con túnicas de nácar) son recibidos por las autoridades locales a la entrada de Santiponce (Sevilla) y conducidos en multitudinaria procesión por la avenida de la Virgen del Rocío hacia el ayuntamiento (engalanado a toda prisa). Pero a la altura de la calle del Doctor Fleming, los comisionados (todos a un tiempo) se detienen y miran a su izquierda (hacia un taxi que hay aparcado bajo un árbol). «¿Qué pasa?», le pregunta el alcalde al intérprete (un alienígena de menor edad que los otros, a juzgar por su aspecto y su actitud algo más desenfadada). «Los Maestros quieren hablar con ese hombre», replica el intérprete. «¿Con quién? ¿Con el taxista?» «No, con el que canta por la radio». Y entonces el alcalde pregunta quién es. Y le dicen que es Camarón de la Isla. Y todos empiezan a reírse y el alcalde exclama que Camarón está muerto y que es imposible hablar con él. Y entonces los comisionados (todos a un tiempo) entornan los ojos (o lo que sea) y se dan media vuelta para emprender el retorno a su nave. «Eh, ¿qué pasa?–preguntan varios emprendiendo tras ellos un trotecillo que tiene bastante de cervuno– ¿Por qué se van?» Responde el intérprete (mucho más hierático ya): «No tenemos nada que compartir con una civilización que permite la muerte de semejante artista».
Texto: Pablo Gonz
Narración: La Voz Silencios
Aquí les dejo, amigos esféricos, un cuentecillo de ciencia ficción andaluza. Ojalá que les guste.
ResponderEliminarMañana lo anuncio en facebook para atraer lectores hacia acá.
Un fuerte abrazo,
PABLO GONZ
Creo que a un sevillano que conozco le va a encantar, porque además sabe de Camarón y de su arte.
ResponderEliminarGuau! Vaya carga de profundidad! Estupendo relato, estupenda relexión
ResponderEliminarMagnífico relato, con un final que lo dice todo. Es profundo y no deja indiferente.
ResponderEliminarMe encantó!!!! Sobre todo porque es aplicable a cualquier civilización y no sólo con la muerte de un artista sino con la pérdida o destrucción de aquellas cosas que nos conectan con el pasado.Felicitaciones
ResponderEliminarBueno, se les podría decir a los extraterrestres que esta civilización permite a las personas elegir su destino, como así eligió este artista.
ResponderEliminarPero no sé si sería del todo cierto...
Armando, Ana J., Miguel, Liliana, Anita, muchas gracias por vuestros comentarios. Demuestran que este microcuento completó su efímera existencia: vino al mundo a través de mis ojos y se fue de él a través de los vuestros. Una pavesa más en el hermoso incendio de la literatura.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
PABLO GONZ
Delicioso texto, Pablo, magistralmente escrito, con esos ricos matices y ese toque de ironía tan acertado. Finalmente nos reímos con ese golpe final fruto de la confusión, hasta que, poco a poco, nos ponemos en la piel de los alienígenas para captar un mensaje más hondo.
ResponderEliminarEnhorabuena
Gracias por tu comentario, Marcos: demuestras ser un gran lector.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo,
PABLO GONZ
Este texto tiene mucha enjundia, mucha. Podríamos cambiar, o no, el nombre del artista, pero lo que está claro es que "nos dejamos morir" muchas cosas bellas y que valen la pena.
ResponderEliminarSupongo que entra dentro de nuestra condición humana desgraciadamente.
(Voy a intentar ponerme al día con La Esfera; no os tengo olvidados, sólo un poquito abandonados. Lo siento)
Saludos a todos.
Una carga de imágenes bestial. Y el toque surrealista. Y el final que no se sabe, pero se sabe. Y muy bueno, Pablo. Me gustó mucho.
ResponderEliminarUn abrazo
Una lectura muy amplia y enriquecedora, Anabel. Gracias por mejorar el texto a través de tu interpretación.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado, Alberto. Describes en pocas palabras la esencia del relato: se te nota lo microrrelatista que eres. :)
Un abrazo a los dos,
PABLO GONZ