Los templos siempre se cubren de un cielo azul que los protege. A pesar de ello, sus afiladas torres cortan el espacio amenazándolo, como si fueran las pinzas de un gran cangrejo situado en la roca más alta, esperando, hierático, a sus víctimas. Por su gran fachada va devorando a los fieles que son presas fáciles, embobecidos de fe, como si fuera el minúsculo plancton que es absorbido sin resistencia alguna. Casi ciegos y ante la imponente belleza del edificio se disuelven entre los recovecos misteriosos.
Un silencio, vigilante, llena su interior, ahogado en la oscuridad que sobrecoge, únicamente profanada por los haces de luz, que se descuelgan desde las altas vidrieras y rosetones y penetran en las almas de los mortales.
Los grandes cuadros de escenas delirantes, que representaban a seres extraordinarios y desprendían extrañas fragancias de miedo y poder, de dolor y amor; fueron descolgados entre gritos.
En las paredes, sobresaliendo, o junto a los altares, predominaban las imágenes que se retorcían, muriendo de dolor,
mientras sus terribles miradas se proponían asustar a las almas encogidas, aterradas y penitentes.
mientras sus terribles miradas se proponían asustar a las almas encogidas, aterradas y penitentes.
Cuando llegaba la noche, de la oscuridad violada por la luz de las lámparas y las espigadas velas, surgían sombras que jugaban con las formas de los capiteles y las jambas de las puertas, surgiendo manchas en las paredes que corrían hasta el exterior y subían por los arbotantes hasta las cubiertas, dónde las formas diabólicas de las gárgolas se asomaban al vértigo desafiantes.
La imagen y la palabra se fundían en símbolos misteriosos, como conjuros mágicos, que los ignorantes no se atrevían a descifrar. Rezar, sólo rezar y realizar sacrificios eran las únicas formas de esperanza, ahogados en su propia renuncia a confiar en ellos mismos.
Pero, en las grandes mareas de fanatismo, los grandes cangrejos pugnaban por el territorio escaso. Sus lentos, pero seguros, pasos retumbaban por todo el mundo y levantaban tormentas sedientas de arena, que precedía al humo de la batalla y al chirrido de sus armas, en medio de la histeria y el griterío guerrero. La fe ciega los movían y sus músculos se tensaban, doblándose sus arcos y flexionándose sus pilares, mientras que de su cuerpo surgía una red de nervaduras, haciéndolos más ligeros y ágiles. Su cuerpo se agrietaba al estirarse, para conseguir poses musculosas y terribles, con las que pretendían amedrentar a los demás cangrejos, y se llenaban de luz al abrir sus ojos excesivamente.
En la lucha, los cangrejos menos poderosos, o los que no mostraban el arrojo necesario, eran derrotados y devorados por el resto, sólo algunos con más suerte sobrevivieron, vagando, desde entonces, por los desiertos repletos de osamentas, hasta que, agonizantes, desparramaron a sus fieles, que desesperanzados huyeron en busca de otros cangrejos más fuertes o se convirtieron en larvas de futuros crustáceos.
Con el paso de los años, cuando la marea baja, los cangrejos, viejos y cansados, quemados por el sol y oxidados por la brisa del mar, se van anquilosando y petrificando, hasta integrarse en el paisaje. Ahora, que son objetos de las fotografías de los turistas, se muestran soberbios y orgullosos y en sus recuerdos se vuelven a escuchar el chirrido de sus armas.
Maravilloso texto al amparo de los templos y de ese de Estambul en concreto.
ResponderEliminarEnhorabuen, Marcos.
Un beso.
La intolerancia, la intransigencia, la beligerancia, el nombre de dios/Dios tomado en vano.
ResponderEliminarstupendo, Marcos
Una reflexión que una gran parte de la población no se hace. Miedo da el poder de los templos y los que bajo ellos dicen proclamar los deberes de hombre en nombre de un dios. ¿Somos tan pocos los que no andamos ciegos?
ResponderEliminarGracias Marcos, un texto interesante. Ya puedo imaginarte escribiendo un ensayo.
Reitero mi opinión de esta mañana es una delicia de texto del tipo reflexión-relato-poema...
ResponderEliminarPero al tiempo añado que ese Glubs primero en tu blog, se refería al pánico que producen ciertas cosas.
Un acierto.
Nuevamente.
Gracias Isabel, Ana, Dácil, Amando. Cuánto inspira una imagen. A veces éstas son el origen de un texto como éste. La arquitectura me gusta mucho y ciertamente las paredes hablan, nos cuentan historias, reflejan modas, creencias, nos hablan de la modestia o el derroche de otros tiempos, de la explotación y el dominio de unos sobre otros. Esta imagen de Santa Sofía, templo bizantino convertida en mezquita tras la conquista otomana de la antigua Constantinopla, después Bizancio y ahora Estambul; me pareció de repente algo orgánico, el añadido de los cuatro minaretes, como grandes pinzas y su cuerpo central y esa gran bóveda un tanto achatada con su tambor lleno de "ojos" que le confiere ese aspecto parecido a un centollo.
ResponderEliminarLo impresionante de estas construcciones es que evolucionan como si estuvieran vivas, se regeneran por sucesivas reformas en las que se mezclan o alternan estilos e inclusos funciones. No es de extrañar que este antiguo templo cristiano y ahora islámico se convierta algún día en un gran centro comercial con discoteca incluida.
Espero que nunca Aya Sofia se convierta en lo que dices Marcos...Es uno de los cangrejos más impresionantes que se pueden ver. El texto, en tu linea...magistral.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo también espero y confío en que no eso no ocurra, Flamenco. Aunque no he tenido la suerte de estar en Estambul, Santa Sofía siempre ha sido, para mí, el símbolo y la síntesis de esa ciudad, en ella se resume parte de su Historia y de su idiosincracia. En realidad los templos, de cualquier signo, suelen ser casi siempre el corazón de la ciudad. Yo, cuando llego a una ciudad, voy directamente al corazón (templo) y luego ya puedo entiender mejor el resto. Me encantan estos edificios y todo lo que envuelve, creencias aparte.
ResponderEliminarUn abrazo Flamenco.
Es toda una parábola, una metáfora de lo que son las guerras religiosas.
ResponderEliminarNos parece que las Cruzadas quedaron atrás hace unos siglos y siguen persiguiéndonos de la misma manera y dirigidas por los mismos fanáticos aunque con distinto caparazón.
La arquitectura es bella per se, no tiene la culpa de pertenecer a la idiología-religión que la construyó, pero tampoco se puede desligar de ella.
No hay duda, Marcos, SAnta Sofía es un cangrejo hermoso.
Saludos.