Cuando el móvil dejó de latir, creyó que se rompía el cordón umbilical que le había mantenido unido a ella durante tantos años, como si fuera amarras de aquel barco, y, de repente, el aire fresco impactó en su rostro a bocajarro, al alongarse al exterior desde la barandilla del barco, para perder su mirada entre la espuma que surgía como una risa.
Sus pensamientos se enredaban en el remolino de agua que persistía en acompañar al navío y se sumergía en una especie de vacío que parecía abarcarlo todo, sólo al fondo se oía el ritmo de la música, sin que apenas se pudiese distinguir la letra de Edwin Rivera. Una voz lejana repetía una y otra vez la misma palabra...
-Señor…! –Oyó finalmente cuando una mano femenina le tocó suavemente el hombro, haciéndolo girar en un acto reflejo- Perdone, le apetece un mojito –Dijo la camarera, con un acento dulce y caribeño.
De su rostro, lleno de una morenez iluminada, ligeramente escondido por su larga cabellera rizada, que era batida por el viento; brotaba la mirada de unos ojos rasgados color café, pero era su cálida sonrisa la que llamaba la atención, como si fuese la puerta del alma. Sus dientes, como un collar de perlas, resaltaban entre sus labios sensuales, dibujando una sonrisa de ensueño.
Juan, boquiabierto, la miraba sin decir nada, incrédulo, parecía que no se fiaba de sus propios ojos, adoptando una expresión que no se distinguía de la del bobo oficial del pueblo.
-Señor… -Insistió Marcela pacientemente, mientras hacía un ademán con la bandeja, sobre la que se amontonaban los vasos enramados con aquel mejunje .
Juan, indeciso, cogió uno de los vasos, mientras miraba de arriba abajo a la camarera, deduciendo su nombre por la plaquita que colgaba sobre el bolsillo de su camisa de rayas azules. Su edad, la disimulaba su aspecto juvenil y sus contorneadas piernas que eran censuradas por su corta falda pantalón, igualmente, azul.
La mirada silenciosa y melancólica de Juan le resultaba extraña en medio de aquella explosión de júbilo.
-¿Se encuentra bien, señor? –Le preguntó con cierta preocupación pero sin dejar de sonreír.
-Ah,…sí, gracias –Fueron sus primeras palabras a bordo, después de la conversación telefónica.
-Es muy refrescante y de sabor agradable –Dijo Marcela, animando a que bebiera Juan. Éste no dejaba de escrudiñar el interior del vaso tratando de adivinar de que brebaje se trataba.
-Mmm…, sí, es cierto –Corroboró Juan, que finalmente se decidió a probarlo- y es muy dulce –concluyó a la vez que iniciaba una charla amigable, en la que Marcela trataba de satisfacer la curiosidad de Juan por la bebida, indicándole cuáles eran los ingredientes y cómo se elaboraba.
-¿Es la primera vez que viaja usted en un crucero? –Le preguntó Marcela.
-Sí, en realidad nunca habíamos viajado en barco –Contestó.
-¡Ah que bien!, por un momento pensé que viajaba solo. –Confesó la camarera a Juan.
- ¿Sólo…?, bueno…, sí, ella… -respondía torpemente, como si el mismo no lo supiese.
-Lo siento, señor… -Volvió a decir Marcela, temiendo haber sido demasiado imprudente, e imaginándose que su estado, ahora lo veía claro, se debía a una muerte o una separación.
Marcela se despidió intrigada, deseándole una feliz travesía y esperando volver a verlo en otro momento al enigmático personaje.
Sin proponérselo, Juan, fue consumiendo poco a poco el mojito cubano, esquivando con la pajita las hojas de hierbabuena y raspando el azúcar que quedaba en el fondo del vaso.
Un agradable calor interno se iba apoderando de su cuerpo, generando sosiego y tranquilidad. Sentado en un gran banco, compartía sonrisas con los demás, como si se conocieran de siempre y se comunicaran de alguna forma extraña. Los botones de su camisa rompieron amarras para dejar su pecho al descubierto, abrazado por frecuentes soplos de brisa marina que aliviaban las suaves heridas de los rayos de Sol. Respiraba profundamente inmerso en un mar de fragancias, seducido por la inmensidad y la luminosidad del Mediterráneo.
No quería escribirte nada hasta que terminases, pero hoy no puedo contenerme: "que bien sabe este mojito".
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Inma
Pobre Juan, de pronto una mujer (y qué mujer) se dirige a él sin tratarlo con el desprecio de Victoria Eugenia, y él no sabe qué hacer.
ResponderEliminarMenuda papeleta. Seguro que pensó más de una vez, mientras el móvil sonaba y sonaba, si tirarse al mar y volver...
Pero los de tierra a dentro solemos nadar muy mal.
Victoria Eugenia, Juan y yo, casi somos paisanos...
Enhorabuena, Marcos, me sigue gustando este aire bien humorado, irónico y a la vez tierno y humano que le das a tu historia, que lleva camino de convertirse, al menos en novela corta
(PS: No sé por qué había pensado en el Atlántico desde el principio.)
Gracias Inma, y cuidadito con los mojitos que termina uno en medio del Malecón de la Habana, o eso termina creyendo uno.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Esperemos, Amando, que con ayuda del mojito este hombre se espabile. Puede que tanto Juan como Victoria tenga mucho que descubrir de ellos mismos.
ResponderEliminarNooo, si fuese el Atlántico ya yo estaría mareado, jajaja, Uff quita, quita
Yo no entiendo el tamaño que debe tener una novela , corta, relato corto, largo,... con decirte que hace un año quería escribir un relato y aún no lo he terminado.
Un abrazo Amando
Los botones de su camisa rompieron amarras... justo como Juan está empezando a hacer respecto a Victoria Eugenia.
ResponderEliminarMojito, una morena de pelo rizado, la brisa del mar y el pecho al descubierto. Juan ha descubierto la libertad!
¿Habrá marcha atrás después de esto?
Por cierto, me has dado un susto de muerte: pensé que no ibas a publicar. Veo que no ha sido así. Gracias, Marcos
Gracias a ti Ana. Me daís mucho ánimo, la verad es que esto a veces me suena a tostón y , en cambio, ustedes hay siempre en la trinchera, es de agradecer.
ResponderEliminarSí, cierto, aunque suene a publicidad, no hay nada mejor que un buen mojito para ver y sentir de otra manera, pero a ver si no se desmadra demasiado no vaya a ser que nos salga un laja de mucho cuidado.
Besos
Ya metidos en la historia son más grandes la risas. Está ameno y divertido... Qué pícaro el narrador al poner a Juan en circunstancias tan distintas a las de Victoria Eugenia,¿eh?
ResponderEliminarQué pena, anoche había escrito un comentario, en el que más o menos quise decir lo pícaro que me parece el narrador. Las circunstancia con las que se está encontrando Juan son bastantes más beneficiosas que las de Victoria Eugenia... Lectora como soy de esta maravilloso serial, no puedo evitar las risas y la complicidad. No pares de escribir. Un saludo.
ResponderEliminarGracias Dácil por tu comentario, y no te imaginas lo lectora que eres de esta historia, ¿te acuerdas cuando comente que aparecerías en este relato? pronto, pronto. Sin comentario.
ResponderEliminarA pesar de que últimamente, tanto Juan como Victoria, han corrido distinta suerte, pronto se volverán cómplices para no levantar sospechas entre sus amigos.
Un abrazo.